Todos los días un matrimonio de campesinos se encargaba de su jardín, allí habían plantado dos árboles frutales, un naranjo y un manzano. Además preparaban tierra fértil haciendo dos hoyos profundos en donde en uno echaban todo tipo de basura orgánica, entre ellas habían cáscaras de verduras, cáscaras de huevos, hojas de árboles caídas y frutos podridos mezclando todo con tierra  y  abono natural.
Durante tres meses, regaban ese hoyo y revolvían la tierra,  cumpliendo el proceso de desintegración lo cambiaban a otro hoyo, luego de 6 meses aproximadamente la tierra de hoja estaba lista para abonar, aquellos dos lindos árboles en crecimiento.
Todas las tardes esta pareja de trabajadores, al  finalizar su jornada, se sentaban a admirar a sus dos hijos de la naturaleza y así verles desarrollarse.
Los árboles observaban la actitud del campesino y su amada, sintiendo una gran admiración por la sabiduría y el amor que ambos les profesaban. Siempre él les conversaba y les decía: – “Mis queridos hijos, tomen y beban de esta agua que les brindo, absorban en sus raíces todo mineral  de la tierra que he preparado para vosotros, extiendan sus fundamentos hasta encontrar el flujo que los sacia de vida encomendándose al sol su alma para que les brinde el cálido rayo que se cobijara en ustedes por cada centímetro de desarrollo, otorgándoles en su momento lindos frutos llenos de sabor, siendo ustedes quienes den nutrición a la humanidad.
Entonces, como un hombre visionario regaba no directamente a sus niños naturales sino que a cierta distancia para verificar que ellos habían oído lo que él les predicaba.
Cual sería su sorpresa al contemplar que estiraban sus pequeñas bulbos para conseguir absorber el agua y así alimentar sus raíces.
Así pasó un tiempo, los hijos ya estaban frondosos y listos para germinar su primer fruto, más la felicidad no era plena ya que con gran miedo se dieron cuenta que sus adorados sembradores estaban tristes, no entendiendo el ¿Por qué?
Un día ellos se acercaron acongojados para hablarles. El campesino con un tono de voz temblorosa inició su discurso.- Mis adorados hijos de la esencia, en ocasiones las situaciones de la vida no nos llevan a donde uno quisiera, la edad ya nos pide descanso y estamos enfermos, pronto los veremos y cuidaremos desde arriba. Hemos vendido esta casa, espero cuiden de sus nuevos dueños como lo hicieron con nosotros otorgándonos sombra, oxigeno, belleza y alimento.
Recuerden siempre que son amados por nosotros y cada una de las enseñanzas que les dimos, estará inserto en ustedes arraigadamente. No teman y apliquen lo que hemos instruidos en vosotros.
Con este razonamiento, el matrimonio se despidió besando a cada uno de sus adorados naranjo y manzano.
Así fue como  pasaron los días y llegaron a casa unas personas que para los seres naturales, resultaban curiosas.
Vieron agrandado el jardín, lo saturaron de bellas flores, diferentes plantas, estatuas e incluso nuevos compañeros de arbolado.
Se percataron que estaban rodeados de belleza y todos los nuevos compañeros admiraban la hermosura de las hojas y los frutos de ambos árboles.
Sin embargo, pese a tanta impresión los hijos de la naturaleza veían con tristeza que nunca nadie los iba a ver por las tardes, ni a compartir con ellos, solo observaban que estaban acompañados cuando alguna celebración había en casa.
Del jardín, se encargaba una persona vestida de azul, siempre haciendo lo mismo regando moviendo la tierra, podando, sacando los frutos, abonando y ocupándose hasta del mas leve detalle para que el lugar pareciese el cielo.
Como esto se realizaba cada dos semanas, el puntual jardinero aparecía siempre para ocuparse de su trabajo.
Todo el jardín se alegraba porque sin mayor esfuerzo algunos tenían todo lo que deseaban cuando lo pedían.
Un día, vieron que los dueños de casa llevaban equipaje y se despedían de todos, era verano y por lo que lograron escuchar las flores se iban de vacaciones por un mes.
Cerraron todo en casa y se fueron. En un inicio no notaron la ausencia pero al pasar los días, se dieron cuenta que el jardinero ya no venia  y el calor que comenzó hacer era inaguantable para cualquier ser viviente.
El pasto a falta de agua se puso de color amarillo hasta secarse, las flores poco a poco se fueron marchitando, las plantas se quemaron y los árboles estaban desesperados.
Entonces el Naranjo le dice al Manzano. ¿Recuerdas lo que nos dijo nuestro padre humano?
El manzano indiferente le contestó – ¿De qué me hablas?
-Te digo que el nos alertó del peligro, es más cuando eso sucediera debíamos a aplicar sus enseñanzas. Habló cálidamente el Naranjo.
-Yo, me acostumbre a que todo me lo dieran el alimento agua, abono,  incluso la poda que me deja más bello que nunca y gracias a esos cuidados he dado los mejores frutos. Ahora me dices que aplique un trabajo, que haga un esfuerzo, ¿Para que?, si el problema es de nuestros dueños no nos han otorgado los cuidados que merecemos, pues tendrán lo que descuidaron, todo seco y nada de frutos. Mencionó enérgicamente el Manzano.
-Yo sin embargo afirmó el naranjo aplicaré las enseñanzas de los que se han ido, porque quiero que cuando lleguen los nuevos dueños vean que a pesar de su descuido puedo independientemente buscar mi crecimiento y otorgar desde mi felicidad la felicidad a ellos de ver que la Naturaleza es sabia.
Así inició la búsqueda el naranjo, recordando cada proceso y entre esos pensamientos evocados al presente se acordó que cerca de allí había un riachuelo, entonces con fuerza sus raíces iniciaron un viaje de alargamiento para llegar hasta el agua. Así fue, aquel árbol se mantuvo allí alimentándose del agua, de sus mismas hojas y de la humedad de su sector donde estaba plantado se abonaba,  el sol por su parte hacia lo suyo obviamente.
Pasó un mes y los dueños de casa llegaron. Se quedaron estupefactos al ver su jardín todo quemado, los árboles secos entre ellos el manzano pero impresionados a la vez salieron a verificar si lo que sus miradas impresionadas estaban admirando…. El naranjo estaba reluciente incluso con bellos frutos listos para ser sacados y disfrutados.
El dueño  sacó uno de ellos para probarlos. Quedó maravillado de su sabor y le dijo a su mujer – Nunca había comido una naranja tan jugosa y dulce como esta, de verdad no se como lo hizo este pequeño árbol para sobrevivir a nuestra negligencia pero debo dar mérito a que “LA NATURALEZA ES SIEMPRE SABIA”. Ya ves, mí querida esposa, ni todo el dinero y cuidado que hemos dado sirvió para que nuestro paisaje se salvara. Sin embargo la sencillez y la humildad de la sabiduría de unos campesinos convirtieron en grandeza lo que a nuestros ojos era simpleza.
Al oír esas palabras el árbol se acordó de sus adorados sembradores, estirando sus brazos al Cielo dio las gracias, porque en su interior tenia claro que sus amados padres humanos no podían estar en otro lugar que no fuera ese.
Desde ese día, el matrimonio millonario se daba tiempo todos los días durante las tardes de ir al jardín y meditar junto a ellos, teniendo un especial aprecio por aquel árbol que sabiduría a ellos les había entregado.

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