Recuerdo una vez cuando pequeña, estaba recién aprendiendo a patinar. Obviamente las caídas se hicieron frecuentes, pero una me marcó más que otras.
Hago remembranza de la situación. Iba de bajada, siempre me gustó arriesgarme y no tenía miedo al hacerlo. Cuando derepente me doblé el pie y caí fuertemente debido a la velocidad en la que marchaba.
Me rompí las rodillas y no cesaba de sangrar, el dolor era fuertísimo, lloraba desconsoladamente, ni siquera podía pararme.
Me auxiliaron unas personas que se encontraban cerca. Al llegar a casa apenas, sin fuerzas mi madre se asustó y lo primero que hizo fue desinfectarme las heridas para luego curarlas.
Con el tiempo, fue cicatrizando poco a poco, pero yo ya no tomaba los patines, me causaba temor hacerlo nuevamente. Miraba a mis amigos como se divertían y yo manifestaba sentimientos encontrados, por un lado disfrutaba verlos, más por otro me apenaba el no poder jugar junto con ellos, por el temor a caer nuevamente de la misma forma.
Un día mi padre llegó con manoplas, casco, rodilleras y coderas. ¿Qué es esto? Le pregunté a mi padre.
Con su sonrisa cálida, cualidad característica en el,  me dice:- ¿Por qué no lo intentas nuevamente? Se lo que te gusta patinar y compartir con tus amigos. Creo que es hora que vayas intentando rehacer lo que has dejado de lado.
Sus palabras me calaron tan hondo que de solo imaginarme arriba de esos juguetes, la sensación de dolor resurgió. Todavía no padre, no me siento preparada aún.
Bien, me responde, recalcando que el regalo quedará allí, hasta que tú te sientas preparada.
Solo atiné agradecer.
Unos días después mirando el presente de mi padre decidí que era hora de recomenzar y pese a que las marcas de mi cuerpo me hacían retomar aquel dolor vivido, tomé fuerzas de flaquezas y decidí que mi voluntad de querer hacerlo tenía que ser mayor al miedo.
Me coloqué toda la implementación, me puse los patines, en un principio no me atrevía ni a caminar con ellos, paso a paso fui soltándome y tratando de no cometer el mismo error anterior.
No me di ni cuenta cuando ya estaba patinando con cierta soltura, más el miedo todavía seguía imperando. Entonces me dije esto para aquí y ahora. Di gracias por la experiencia vivida. Fue cuando me lancé a patinar y hoy  puedo decir que he recomenzado a disfrutar nuevamente, mejor que antes, porque la experiencia anterior me llevó a tomar ciertas precauciones que me permiten hoy gozar de la sabiduría del levantarse y el retomar el camino que en algún momento creí perdido.

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