Érase una vez, un campo de olivos,  administrado y trabajado por un campesino incansable, se preocupaba de regar, remover la tierra, sembrar y cosechar en las fechas exactas.
Hacia todo para que su campo de olivos fuera el mas hermoso de la zona. Sin embargo a pesar de su esfuerzo, no conseguía que sus olivos diesen los frutos de la calidad  necesaria para la exigencia del mercado.
Frustrado sin entender el por qué y cansado del trabajo, en el silencio de sus tierras comenzó a llorar.
En ese instante, sintió una leve brisa en su cara acompañado de un susurro que lo llamaba por su nombre.
Alzo su mirada y no vio a nadie. Nuevamente se envolvió en su tristeza.
El sonido del viento preguntaba ¿por que lloras?
Cuando miro, se percató que era uno de sus olivos quien le dirigía la palabra. Pensó;
¡Estoy  loco!
Pero a pesar de ello respondió:- ¿Por qué ustedes mis olivos que he cuidado con tanto ahínco no dan los frutos que requiero para ser el mejor del lugar?  Eso me frustra, haciéndome sentir fracasado en mi labor.
El olivo contestó; Tú sabes que nuestra especie es considerada la más sagrada, símbolo de sabiduría, de paz y de gloria; de fertilidad y prosperidad, de bendición, inspirador de literatura, música, artes plásticas, curaciones, supersticiones, etc. por muchos de los territorios del oriente.
Te contaré que para alcanzar esa fama hemos expandido nuestras cualidades, sabiduría, paz y gloria porque a medida que vamos creciendo, nos vamos haciendo conocedores de nuestros potenciales como por ejemplo que a través de nuestros frutos obtengáis el aceite, con grandes cualidades sanadoras.
Paz, porque quien nos vea desde la percepción a la cual todos pertenecemos, una misma creación. Esa mirada divina, nos hace ver majestuosos y en conjunto con el sol y el viento regalamos sosiego.
Así cuenta la historia por todos conocidas de un hombre llamado Jesús en el monte de Getsemaní, que consiguió la calma bajo la sombra de nuestra especie y lloró como tú lo haces hoy.
Gloria porque nuestra manera de sonreír diaria y la manera de demostrar el amor a quienes nos cuidan es otorgar lo mejor de nosotros, es decir los frutos más maravillosos, lo que  conlleva la creación de abundancia, en todo aspecto, a quien se hace responsable de que estemos en sus tierras.
Muchas veces oímos, la bendición que podemos ser para una familia como para una zona entera, por el simple hecho de querer compartir a través de nuestros frutos el amor que les tenemos.
Inspirador de las artes, porque no solo somos valorados por lo que podemos entregar en ganancia sino por el simple hecho de ser.
¿Y por que no me dais los frutos que requiero para convertirme en el mejor?
Porque lo esencial es invisible a los ojos, ves en nosotros una fuente de ganancia, de poder y te alejas de lo que verdaderamente es, cuidarnos con amor.
¿Y que me aconsejáis? pregunto desafiante el labrador.
Que aprendas a compartir porque deseas hacerlo, sin esperar la meta, porque bastará el amor que despliegues en ese trabajo, para que gratuitamente te otorguemos lo que mejor somos capaces de hacer.
Disfruta de nuestros buenos días, con el  sonido de las hojas, nuestro baile al viento y el reflejo de colores que nos invade cuando el amanecer humedece nuestras ramas y el sol de la mañana se apodera para cubrirnos con sus rayos.
Somos generosos y agradecidos por esencia y cuando somos amados desde el alma retribuimos multiplicando ese amor como regalo.
Pasó el tiempo y el campesino en un inicio siguió rigurosamente sus consejos, más en la medida que se fue entregando a sus sublimes olivos
Comenzó a cumplirse todo aquello que había surgido en ese compartir.

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