Nadie es perfecto
Podemos haber gastado mucho tiempo y energía buscando gente perfecta que llene nuestra vida. Este proceso implica proyectar nuestras más caras ilusiones en aquellos a quienes vamos conociendo, imaginándolos fuera de la realidad, y luego desilusionándonos terriblemente cuando el trato íntimo y prolongado con ellos nos hace ver que son gente común y corriente.
Aceptar a nuestros familiares y amigos como son en vez de cómo los hemos idealizado es parte de nuestro crecimiento emocional. Es nuestra propia debilidad e inseguridad la que hace que convirtamos en dioses a los demás. A media que aprendemos a aceparnos a nosotros mismos como seres menos que perfectos, vamos siendo capaces de reducir las demandas irracionales que hacemos de los demás. A medida que vamos conociendo a nuestro Poder Superior, no necesitamos convertir en dioses a nuestros compañeros mortales.
Al no esperar perfección de los demás, podemos amarlos como son, alentar sus puntos fuertes y apoyarlo en sus debilidades.
Pido la madurez emocional para aceptarme a mí mismo y a aquellos a quienes amo