Reflexiones Diarias. Escritas por los A.A. para los A.A.

29 AGOSTO

«ESCOJO EL ANONIMATO»

Estamos convencidos de que la humildad, expresada por el anonimato, es la mayor protección que Alcohólicos Anónimos jamás pueda tener.

— DOCE PASOS Y DOCE TRADICIONES, p. 182-3

Ya que en A.A. no hay reglas, yo me sitúo donde más me conviene, así es que escojo el anonimato. Quiero que mi Dios me utilice a mí, humildemente, como uno de sus instrumentos en este programa. El sacrificio es el arte de dar de mí generosamente, permitiendo que la humildad reemplace a mi ego. Con sobriedad, yo reprimo el deseo de gritar al mundo, “yo soy miembro de A.A.” y experimento alegría y paz interior. Permito que la gente vea los cambios en mí y espero que ellos me pregunten qué me sucedió. Pongo los principios de espiritualidad antes de juzgar, de buscar faltas y de criticar. Quiero amor y cariño en mi grupo para poder desarrollarme.

Del libro Reflexiones diarias
Copyright © 1991 por Alcoholics Anonymous World Services, Inc. Todos los derechos reservados.

En la práctica diaria también he aprendido que requiero de humildad para no sentir la soberbia espiritual de “presumir mi recuperación”…

El último párrafo de la Doceava Tradición dice: “Estamos convencidos de que la humildad, por medio del anonimato, es la mayor protección que siempre podrá tener Alcohólicos Anónimos.”

Cuando yo empecé en el Programa y comencé a acudir a un grupo consideraba que lo importante del anonimato consistía en que nadie supiera realmente mi nombre, a que me dedico y demás datos que pudieran identificarme, además buscaba entrar a escondidas, que nadie me viera, me sentaba en la parte de atrás, no quería hablar con nadie, no quería pedir tribuna y buscaba salirme lo más rápido posible, en el fondo sentía vergüenza y si hubiera podido entrar encapuchado lo hubiera hecho. Qué gran paradoja que me diera tanta vergüenza que me vieran entrar a un grupo para intentar salvar mi vida y corregirla y no me diera la menor vergüenza que me vieran entrar y salir perdido de borracho de restaurantes, bares, lugares y llegar así a mi casa a lastimar a quienes me rodean y me dan su amor.

Cuando en esas primeras escaramuzas de entrar y salir de varios grupos volvía a consumir, ni siquiera podía decir que había recaído porque realmente nunca me había levantado, y ahora entiendo que si me hubiera puesto a gritar a los cuatro vientos que estaba en la Comunidad de la recuperación, seguramente la habría desacreditado enormemente porque mi conducta haría pensar que no sirve, con el tiempo he vivido la experiencia personal de enterarme de algún enfermo de adicción, como yo, que le cuente a su familia o conocidos que no funciona porque nos piden hacer servicios “humillantes”, porque no sirve cuando en realidad lo que sucede es que ellos, como yo alguna vez, han decidido no formar parte de la Fraternidad de la recuperación, siendo que previamente presumieron haber ingresado a la misma; y he podido observar el desencanto de quienes no conocen el Programa, vacunando a posibles aspirantes que requieren salvar su vida.

Con el tiempo fui teniendo la conciencia de que nadie debe saber lo que un compañero manifiesta, mucho menos quién es (lo que aquí se dice aquí se queda) porque esto rompe la confianza indispensable y la secrecía necesaria para poder abrir mi tenebroso pasado y a veces mi presente con sus sombras. También la experiencia me enseñó que la nube rosa hace que muy al principio sin siquiera saber si realmente estaré sobrio y aplicaré en mi vida los principios espirituales del Programa de recuperación me pongo a pregonar que estoy en grupo, que formo parte de la Comunidad y cuando vuelvo a consumir soy un mal ejemplo, y sobre todo he aprendido que ningún compañero es más valioso que otro porque todos y cada uno son un conducto de mi Dios para que yo pueda escuchar las sugerencias que me indican cómo hacer Su Voluntad.

Tengo que reconocer, porque lo he experimentado en carne propia, que hay conjuntos sociales y personas en la sociedad que tienen muy estigmatizada a la enfermedad de la adicción y saber que alguien la padece, que es alcohólico y/o adicto, hace que lo aíslen, lo critiquen y le rehúyan por lo que al enfermo de adicción le perjudica en su ámbito profesional, laboral, social e incluso hay repudio a las familias de los adictos, así que nace el temor de saber con quien puede compartirse y con quien no, lo que implica una necesaria dosis de prudencia, porque generalmente quien no sabe distinguir al adicto y alcohólico en actividad con quien está en recuperación no les permite tener ningún tipo de comprensión, y por eso tuve que aprender que un enfermo de adicción, como yo, ha hecho tanto daño en tantos ámbitos que la mayoría de la gente es posible tenga en un muy mal concepto a quien padece mi enfermedad emocional, obsesiva y compulsiva.

En la práctica diaria también he aprendido que requiero de humildad para no sentir la soberbia espiritual de “presumir mi recuperación”, de querer evangelizar, de querer agarrar a mi familia y cuanta persona pueda a “programazos” porque siento que he sufrido un cambio de vida, lo cual va en contra de un principio de sinceridad, honestidad y honradez ya que lo que hago al dejar de consumir, así como mi intento de comportarme en la vida de manera diferente, única y exclusivamente es algo que debo hacer, que debí hacer siempre y que así tengo que ser, ¡Un buen ser humano!

Así las cosas, lo que debe propalarse es el Programa para darle prioridad y preferencia a los principios espirituales que contiene y sugieren los Doce Pasos y no a las personalidades de los miembros de la Comunidad, porque entiendo y lo he probado, que en el mundo de los asuntos de índole puramente humano, la tendencia a ensalzar el ego, a alabar los logros personales y a premiar los triunfos de cada quien es muy común, y como la recuperación se sustenta en reducir mi ego para dar cabida a la generosidad, a la humildad y a depender de un Poder Superior es indispensable que sepa que soy uno más y no uno diferente, excepcional o que sabe más y puedo dar la clase. En realidad sólo puedo transmitir y compartir mi experiencia, fortaleza y esperanza en virtud de que no consumo por la gracia de Dios y sólo por hoy, para estar en posibilidad de intentar vivir conforme a los valores morales positivos y principios espirituales que mis antecesores han practicado para lograr la abstinencia, la continencia, la ecuanimidad y equilibrio emocional.

He llegado a entender que como enfermo de adicción tiendo a racionalizar y siempre tengo buenas excusas para justificar lo benéfico que sería romper mi anonimato o el de algún compañero, pensando que con ello estoy haciendo bien a la Comunidad de la recuperación y que se propague el mensaje; sin embargo he admitido que dejarme guiar por la vanagloria, por el reconocimiento de los demás me llevan a desear adulación, inflan mi ego, activan poderosamente mis defectos de carácter y me llevan a “reanudar nuestra vieja búsqueda desastrosa de poder y del prestigio personales, del honor público y del dinero: los mismos impulsos implacables que antes, al ser frustrados, nos hicieron beber; las mismas fuerzas que hoy en día desgarran al mundo.”, como se dice en el artículo del “Anonimato”, que se encuentra en el libro “Lo Mejor de Bill”.

La privación de cualquier reconocimiento personal en pos del bienestar común y de mi propia estabilidad interna me permite comprender que ¡Soy uno más!, muy agradecido, de haber aprendido que para mí el anonimato es la base espiritual de las tradiciones, por lo que siempre deben anteponerse los principios a las personalidades y entender que Hacer la Voluntad de Dios es para mí el cimiento y raíz de todo mi Programa de recuperación.

Felices 24 horas en anonimato.

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