Erase una vez, en una selva amazónica donde todos se habían reunido en total jolgorio de alegría y encanto por el nacimiento de 5 aves del reino paraíso.
Como bien es sabido, la iniciación de las aves radica en un primer vuelo. Allí, toda la comunidad verifica que la  personalidad y talentos vienen en cada ser que emerge desde el mundo de la Madre tierra para ser parte de ella en total equilibrio y armonía.
Mamá ave limpia a sus crías para que ellas se encuentren con su mejor envestidura para tan sagrado momento. Se pone en posición detrás de ella para otorgarles el apoyo y la fuerza necesaria para ese primer impulso hacia sus sueños.
Uno a uno toma va tomando distancia y desde el coraje interno de la voluntad extiende sus alas para desplegarlas y saludar al viento en señal de agradecimiento a la creación y la vida por pertenecer.
Sólo faltaba uno para cumplir con el ritual sagrado de la danza del nacimiento en donde cada vida de la selva se pinta y baila al ritmo de melódicas resonancia de los tambores.
Se acerca la cría hacia el abismo de la altura, despliega su talento máximo hacia el cielo y al lanzarse en ese preciso instante germina incontrolable la duda, preguntándose ¿Podré hacerlo? ¿Si mis hermanos pudieron porqué yo no?, al cumplir esta milésima de segundos de pensamientos,  se lanza. Una y otra vez movió sus alas lo más rápido que pudo, más sin pausa cayó estrepitosamente al suelo.
Se sintió frustrado ante su expectativa y cohibido. Desde donde estaba, nuevamente extendía sus brazos diminutos, deslizándolos desde el ritmo de un arriba, hacia abajo. Más no podía despegar.
Mamá hizo lo mejor que pudo y con sus hermanos ya era hora de emigrar. Iniciando su vuelo hacia su forma natural de vida.
Antes de partir, le dice al pequeño: – Quizás ahora no lo percibas, más en ti vivirá el arcoíris que te llevará a distinguirte entre los distinguidos. Y se marchó.
De pronto en aquella danza  tropical de la selva comienza a llover. La pequeña ave, desplegaba sus alas pese a que su bello plumaje se humedecía impidiendo sus movimientos fluidos, sin embargo siguió su intención y como vio que necesitaba ayuda, reforzó su aprendizaje con el utilizar sus extremidades como fuerza para seguir avanzando, para ver si podía seguir a su familia. Más ellos se fueron perdiendo de vista poco a poco.
El pequeñin se lanzó a llorar como un grito de angustia al no saber que le depararía el espíritu de la savia, observó a su alrededor y los árboles le parecían  altos  e inalcanzables, por primera vez allí sintió temor de todo lo que percibía su mirada, como la inseguridad que sentía en su corazón. Más en un lugar escondido dentro de su ser, sabía que era parte de toda esa belleza, pero no entendía ante aquel fracaso, cual era ahora su misión de vida.
Las hadas del bosque decidieron colaborar en el desarrollo del pequeño, sin intervenir sino orientar, para que él fuese descubriendo su mundo y su visión en este proceso.
Pasaron los años y a través de sincronías tan mágicas como permitir que el suelo de la tierra mojada y las plantas, reconstruyeran la piel de aquellas extremidades que el ave usaba para trasladarse de un lugar a otro. Haciéndolas más resistentes al suelo y más desarrolladas en su musculatura así había aprendido a correr con poderío y astucia  ante  futuros peligros que podrían asechar.
Le otorgaron el don de la intuición, en donde a través de sus sentidos captaba toda la inmensidad del movimiento de la selva.
Este talento le ayudaba a encontrar alimento y descubrir donde poder guarecerse para protegerse, en caso de necesitarlo. Era capaz de adelantarse a los movimientos de los depredadores. Afinando aun más sus movimientos.
Que sin lugar a duda aprobó con maestría ya que desde pequeño, el temible halcón de la selva lo asechaba constantemente con la idea de convertirlo en su alimento, estrella. Reinando en el cielo, mientras el ave reinaba en la tierra.
La situación al ya joven ave lo tenía saturado y  aún pese a sus ejercicios diarios  no lograba su mayor sueño, volar. No comprendía que cual era el motivo o razón del por qué no podía desprenderse del suelo para erguirse hacia inmensidad del mundo que le esperaba. ¡Se sentía tan limitado!  Cada vez le era más lejano seguir su propia naturaleza.
Una noche mientras dormía, las hadas tejieron en los sueños del jovencillo, le mostraban una alta y noble montaña, donde la brisa del viento podía sentirse como un susurro. Y de esa melodía suave se entregaba un mensaje: – Marcha hacia la cima y escribe en tu corazón tu más anhelado sueño, sella esa escritura con la pasión y el amor que nace del deseo.  Guárdalo hasta llegar al encuentro con el Señor del Viento. El te escuchará desde las profundidades de tu alma para expandir tu voz al universo de lo infinito.
 
Al despertar, sintió  su  corazón  lleno de angustia  e incertidumbre, recordó su sueño y a pesar de la emoción que lo embargaba,  decide partir en búsqueda de respuestas,  hacia la montaña para encontrarse  con  el Magnate de las brisas del poniente.
Había llegado el momento de visitar la montaña del señor del viento. Cuenta la leyenda que cuando los pájaros mueren, visitan la montaña del señor del viento y allí son conducidos, en su último vuelo para reencontrarse con la gran ave, la cual vive en lo más alto de los cielos. Los que han volado con honor son elegidos para volar en sueños. Y con cada aleteo suyo los sueños  se alejan hacia la realidad.
El camino a la montaña era abrupto, pero el ave se desenvolvía bien sobre el terreno, sus patas ligeras esquivaban las piedras con destreza. Cómo si el destino se confabulara en su contra, las temporada de lluvias se avanzó un mes y la pilló en medio del ascenso. El agua golpeaba sus plumas como rocas lanzadas por un dios sin piedad y misericordia, los recuerdos de ese funesto día venían con cada gota y sus plumas se resentían por la culpa que sentían. La ascensión duro tres días y tres noches, cada noche tenía el mismo sueño.  Y mientras caminaba a través de la cortina de agua y barro, en su mente repicaba una y otra vez el mismo susurro “ve”.
Cuando llegó a la cima cesó la lluvia, ninguna nube se atrevía a cubrir ese territorio. Un dolmen coronaba la cima, allí un anciano reposaba. El ave del paraíso se acercó fatigada y sacando fuerzas del interior de sus plumas:
-Vengo para pedir audiencia con el Señor del Viento, ¿vos sois el Señor del viento?
-Así es- respondió el anciano.
Mi señor vengo para pediros ayuda, quiero volar
-¿Y qué os lo impide?
-El halcón, mi señor.
-¿Estáis seguro de eso?
Le parecía tan obvio, que la pregunta del señor del viento, la desconcertó totalmente. Antes de poder replicar al señor del viento, el halcón que estaba al acecho urdió un plan para cazarla de una vez por todas. Las hadas agarraron el pico del ave y lo levantaron hasta que este apuntó hacia el peligro de muerte, el halcón caía en picado, el ave sólo puedo correr hacia el otro lado de la montaña y allí todo terminaba en un precipicio que llevaba  al mar.
Sus músculos se tensaron y empezó a correr, llevaba toda la vida corriendo, toda la vida viviendo en el suelo, toda la vida con miedo a ser cazada por el maldito halcón y ahora el concepto “toda la vida” llegaba a su fin. Si se detenía el halcón le daría caza y si saltaba el halcón la atraparía hundiéndole sus garras. De repente se dio cuenta de que ya no tenía nada que perder y poco tiempo para conseguir lo que deseaba, saltó al vacío.
El halcón sonrió bajo su pico, él sabía que ese es su territorio, siempre ha sido un cazador en el aire. Perseguir todos estos años al ave a ras de suelo, había sido un fastidio. Ahora sería por fin, suya.
El ave del paraíso atravesó el viento con su pico encorvado y las alas semi-desplegadas, entretanto las preguntas del anciano se repetían una y otra vez ¿Y qué os lo impide? … ¿Estáis seguro de eso?… por cada vez que se hacía esas preguntas, una pluma entraba en llamas. El halcón encogí sus alas y estiró sus garras, por fin se acercaba el anhelado momento. La ave también encogió sus alas para ganar velocidad en la caída, y las preguntas del anciano ahora ya habían poseído la mitad de su cuerpo que empezaba a arder cómo un incendio sin control. El Ave se acercaba al mar desde esa altura pudo ver su reflejo y entonces cayó en la cuenta que estaba envuelto en una llamarada luminosa, los colores bailaban  junto a la danza de ese fuego sagrado en donde a través de su sonido de vida y fuerza rememoró la voz de su madre regresando del pasado para recordar: “Quizás ahora no lo percibas, más en ti vivirá el arcoíris que te llevará a distinguirte entre los distinguidos.”  Fue entonces, cuando el  ave exhibió sus enormes  alas frenando la caída y al mismo tiempo giró completamente en su poderío de fuerza eterna hacia su depredador.  Ese movimiento inesperado, cogió por sorpresa al confiado halcón, el cual no pudo esquivar al pájaro. El ave atrapó al halcón con sus alas ígneas en un abrazo mortal. Ambos se consumieron en las llamas formando un pequeño sol en la inmensidad del mar, luego desaparecieron.
Las olas bailaban con sus cenizas y de ellas resurgió el ave del paraíso, el ave fénix.

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