Benito Pérez Galdós fue, sin duda alguna, la figura cumbre del realismo español del siglo XIX. Autor de una vastísima obra literaria que incluyó unas ochenta novelas y 22 obras de teatro, fue capaz de reflejar como nadie,especialmente en los 46 volúmenes de “Episodios Nacionales”, la sociedad española de su tiempo. Siendo ya anciano, fue invitado por unos amigos a pasar una temporada en la ciudad de Sitges. Como estaba ya casi ciego, para escribir necesitaba de un secretario que fuese tomando nota de lo que él decía.Una tarde en que Pérez Galdós se encontraba en la biblioteca de la casa dictando unos textos, la dueña de la casa le envió un recado con la sirviente, una muchacha recién llegada del campo. Al cabo de un rato, la joven regresó diciendo que no había podido dar el recado porque estaban muy ocupados escribiendo.-Ellos no, quien escribe es Don Benito –intentó aclararle la señora.-Está muy equivocada, señora –respondió la criada-. Lo único que hace Don Benito es hablar. Quien realmente escribe es el señor que le acompaña.Muchos piensan que escribir es copiar y, de hecho, hay alumnos quepasaron diez, quince o más años en el sistema educativo y en muy rarasocasiones escribieron algo propio, ni se les enseñó a escribir realmente, acomunicar de un modo personal su pensamiento o a volcar en un texto sucreatividad. Se limitaron simplemente a copiar y transcribir en cientos de páginaslas palabras y pensamientos de otros, sin importar si lo hicieron en dictados,copiando directamente de los libros o enciclopedias en esos trabajos tan malllamados de “investigación”, o previa memorización para responder exitosamentela serie de pruebas y exámenes que deben realizar en los largos años deescolarización. Y es que, como expresa magistralmente el escritor Julio RamónRibeyro, “escribir, más que transmitir un conocimiento, es acceder a eseconocimiento. El acto de escribir nos permite aprehender una realidad que hasta elmomento se nos presentaba en forma incompleta, velada, fugitiva, caótica.Muchas cosas las comprendermos sólo cuando las escribimos”.Si la escritura es un medio de comunicación y de creación, lo es tambiénpara aprender a pensar, pues es un medio privilegiado de expresión y reflexión delpensamiento. Cuando escribimos, meditamos sobre las ideas que queremosexpresar, examinamos y juzgamos nuestros pensamientos. Esto es tan cierto queuno no termina de comprender bien una idea hasta que la escribe. “Si quieressaber lo que piensas, escríbelo”. Detrás de muchas resistencias a escribir, seocultan las resistencias a pensar, y es triste constatar cómo la escuela hadescuidado la ejercitación continua de la escritura personal y creativa.Escribir es comunicar, derramarse en los demás para desatar procesos decreación, de ilusión, de esperanza. Como ha dicho Eduardo Galeano, “unoescribe, pero el texto se realiza en el lector. Las palabras viajan dentro de él, le
74pertenecen. La escritura es una forma de buscar al otro, de darse, de entregar elalma. Supone la aventura de la incertidumbre. Es como arrojar botellas al aguacon mensajes de amor, de esperanza, con la ilusión de que alguien las recogerá yresponderá.”Necesitamos escuelas y maestros activamente comprometidos en laenseñanza de la lectura y la escritura. Leer y escribir son las dos caras de unamisma moneda. Para dominar la escritura hay que leer y escribir mucho, hay queluchar con las palabras y experimentar prácticamente que la escritura es un mediopara comunicar a otros las propias vivencias, los sueños, las ideas, los miedos, losdeseos e ilusiones. Por todo esto, el niño sólo se lanzará a escribir libremente sisiente que tiene algo que decir y lo que dice o cuenta es valorado por los demás.De ahí la importancia de crear en el salón un ambiente motivador, donde losalumnos se sientan libres y deseosos de expresar sus sentimientos, ideas,ocurrencias y vivencias tanto en forma oral como por escrito.