El ilustre Ben Tahir, guerrero valeroso y hábil gobernante, vivía con sus dos hijas en su hermoso palacio. Desde que ambas nacieron quiso educarlas con inteligencia y sensibilidad, y por eso dejó la educación de las niñas al cuidado del mayor sabio de su tiempo, Abu al Jadá.
Cada mañana, Ben Tahir sonreía contemplando los juegos de sus hijas en el jardín de palacio, y las veía comportarse con elegancia, sencillez y decoro. Pero un día, para sorpresa de todos, las dos hermanas empezaron a pelearse. Sin poder dar crédito a lo que veían sus ojos, el padre se les acercó a toda prisa y preguntó al maestro Abu cuál era el motivo de la trifulca.Naranjas
– Es por una naranja, mi Señor – le reveló éste.
– ¿Por una naranja?
– Así es, mi Señor. Este año el naranjo nos ha dejado sólo una.
– ¡Pues que dividan inmediatamente la naranja en dos mitades, una para cada niña!. ¡Es lo más justo y equilibrado! – dijo Ben Tahir, sin dudarlo un instante.
Se sentía satisfecho, pues su decisión había sido sabia, equitativa y justa.
Sin embargo observó que ninguna de sus hijas pareció alegrarse con la solución, y ambas se retiraron en silencio a sus habitaciones, tristes y alicaídas.
– ¿Por qué mis hijas continúan tristes? ¿Cómo es posible? – preguntó Ben Tahir, desconcertado.
El sabio Abu le respondió:
– Quizá el partir la naranja en dos mitades se revela ahora como algo decididamente tonto, Gran Señor.
– ¿Acaso me insultáis?, vasallo.
– No Señor, sólo digo que prestando más atención a sus hijas podría haber alcanzado un reparto mejor.
– ¿Cómo dices, viejo Abu?
– De haber preguntado, en lugar de decidir por ellas, se habría dado cuenta que consistía en dar toda la piel a quien de ellas la pretendía sólo para ralladura, y así elaborar un pastel, y dar toda la pulpa a la otra quien deseaba comérsela sin más.
No debemos olvidar que hay diferentes puntos de vista.