Reflexiones Diarias. Escritas por los A.A. para los A.A.
5 AGOSTO
«ESCUCHAR ATENTAMENTE»
Con cuánta insistencia reclamamos el derecho de decidir por nosotros mismos precisamente lo que vamos a pensar y exactamente lo que vamos a hacer.
— DOCE PASOS Y DOCE TRADICIONES, p. 34
Si yo acepto y actúo por el consejo de aquellos que hicieron que el programa funcionara para ellos, tengo la oportunidad de sobrepasar los límites del pasado. Algunos problemas se reducirán a nada mientras otros puede que necesiten acción paciente y bien pensada. Escuchar atentamente cuando otros comparten puede desarrollar la intuición para manejar problemas que surgen inesperadamente. Normalmente lo mejor para mí es evitar las acciones precipitadas. Asistir a las reuniones o llamar a un compañero miembro de A.A., generalmente reduce la tensión. Compartir problemas en las reuniones con otros alcohólicos con quienes puedo identificarme, o privadamente con mi padrino puede cambiar algunos aspectos de las circunstancias en las que me encuentro. Se identifican los defectos de carácter y empiezo a ver cómo trabajan en mi contra. Cuando pongo mi fe en el poder espiritual del programa, cuando confío en que otros me enseñen lo que tengo que hacer para tener una vida mejor, descubro que puedo confiar en mí para hacer lo que sea necesario.
Del libro Reflexiones diarias
Copyright © 1991 por Alcoholics Anonymous World Services, Inc. Todos los derechos reservados.
“…en el momento que se pone a discusión nuestra dependencia mental o emocional, reaccionamos de una manera distinta. Reclamamos el derecho a decidir por nosotros mismos, el cómo pensar y cómo actuar.”
Mi derecho de decidir lo fundaba en la fuerza de que gozo de mi libre albedrío, de que mi vida no puede estar predeterminada (–pues entonces no sería responsable de ninguno de mis actos ya que cada uno está directamente predispuesto y por tanto solamente cumplo mi destino–) es algo que siempre hacía valer en mi vida y que se hacía más recalcitrante en la actividad; así mismo pensaba que en esta facultad encontraban sustento mis actos voluntarios o en los que se actualizaba mi fuerza de voluntad.
Lo curioso es que cuando me encontraba metido en problemas, cuando quería impedir que surgieran más consecuencias de mis malos actos, cuando deseaba vehementemente que nadie se molestara, que todo me fuera perdonado, que todo se olvidara, que sucediera la magia de que todo estuviera bien; entonces sí que pensaba en Dios, cavilaba en que requería de su intercesión, de sus milagros, y de todo aquello que pudiera beneficiarme para no vivir ni sentir los efectos de mi ingobernabilidad y de la intoxicación por el consumo. Pero una vez que pasaba el mal momento, por largo que fuera en minutos, horas o días, mi libre albedrío decidía que mi voluntad actuar eligiendo volver a consumir, porque mi obsesión de que esta vez sería diferente se imponía por mi impotencia y la compulsión se despertaba cada vez con mayor fuerza; alimentado todo por mis emociones negativas, por mi desilusión por la vida, por mi incesante terquedad de que el mundo fuera como yo quería, tener lo que deseaba y no querer lo que tenía.
Así las cosas, que complejo fue reconocer que yo dependía mental y emocionalmente (ingobernabilidad) y que esa dependencia malsana es una de las causas fundamentales que me llevaba a consumir, no me era fácil aceptar que hubiese puesto todos mis talentos en una copa, en la euforia de la bebida, en la apócrifa tranquilidad y sueño del consumo, en fin que mi vida dependiera incluso de otras personas a las que trataba de controlar o que permitía que me dominaran, por esto era muy cierto lo que dice el Tercer Paso: “…en el momento que se pone a discusión nuestra dependencia mental o emocional, reaccionamos de una manera distinta. Reclamamos el derecho a decidir por nosotros mismos, el cómo pensar y cómo actuar.”
Yo sostenía que contaba con mi capacidad y mi pequeña potestad para preferir una acción, un tipo de vida o tomar una decisión sin estar sujeto a limitaciones sea por la necesidad, por condiciones anteriores, o por la predeterminación divina, por tanto mi libre albedrío estaba intacto; sin embargo, la bebida me dominaba y en este aspecto no tenía ningún tipo de aptitud, poder ni capacidad de elección puesto que mi obsesión se imponía y una vez que tomaba la primera copa mi compulsión triunfaba.
No gozaba de libertad porque mis actos no eran en sí mismos una causa sino un efecto de mi impotencia y de mi ingobernabilidad, lo que significa que eran consecuencia de mi enfermedad de la adicción, y entonces formaban parte de la secuencia de la causalidad de mi enfermedad emocional y falta de espiritualidad.
De ninguna manera tenía la posibilidad de elegir entre el bien y el mal, y cuando me encontraba en consumo activo mucho menos, pues la intoxicación destapaba lo peor de mis pensamientos, sentimientos y actos de tal suerte que la malignidad, la perversidad, las desviaciones, y todo aquello que me hace deleznable se presentaban en todo su esplendor.
Estaba totalmente confundido porque muchas veces pensaba que era libre, incluso que era libre para decidir beber o no beber, cuando en realidad al respecto no tenía ningún tipo de opción, de elección ni de poder puesto que estaba controlado por mi obsesión mental, por ese sueño dorado del alcohólico de llegar a beber sin consecuencias, impunemente como aquellos que no son alcohólicos ni adictos. Digo que creía que gozaba de libertad porque eso hubiera significado el buen uso de mi libre albedrío; así como pensaba que tenía la fuerza de voluntad para parar cuando yo quisiera. Definitivamente en lo que respecta al consumo no tenía la facultad de tomar una resolución con conocimiento de causa, porque en realidad las causas de mis emociones negativas me llevaban a consumir para poder sobrevivir.
Mi consumo mayormente se encontraba bajo la coacción interna de mis emociones y pensamientos egoístas para alimentar mi soberbia, mi ira, mi avaricia, mi lujuria, mi envidia, mi indolencia y mi voracidad apremiantes, exigentes y desmedidas, y al admitirlo tengo que reconocer que no gozaba de libertad, así como tampoco tenía libre albedrío porque tenía siempre la coacción externa de la bebida, de la aceptación de los demás, de la necesidad de compañía, de la satisfacción sexual y de la avidez de saciarme en todo lo material.
Al aprender a escuchar a mis compañeros, a mi padrino y a los demás he podido reconocer los principios espirituales correctos y bien dirigidos para tener la capacidad de elegir vivir el Programa de recuperación, para darle un sentido correcto a mi existencia, para comenzar a sentir armonía y serenidad, para ir despertando a una nueva manera de ser que me otorgue la posibilidad de ser útil y feliz.
La recuperación me regala, un día a la vez, mi libre albedrío y la fuerza de voluntad para ser realmente libre al depender de mi Poder Superior y de esta manera ser más independiente puesto que mis actos se guían en la idea de ser amoroso y tolerante lo que resulta en un efecto benefactor de mi armonía interna y de una mejor convivencia con los demás.
Hoy asumo que mi dependencia mental y emocional es responsabilidad mía, que esta dependencia puede ser benéfica si la pongo en manos de Dios y acepto que no estoy predestinado a sufrir, ni a que me vaya mal sino simple y sencillamente que todo es consecuencia de mis actos y que los resultados puedo dejárselos a Dios si actúo conforme lo que es Su Voluntad, para ello debo escuchar atentamente.
Felices 24 horas confiando en el poder espiritual del Programa de recuperación.