Dos hombres en el cementerio
Un hombre estaba poniendo flores en la tumba de su esposa, cuando vio a un hombre chino poniendo un plato con arroz en la tumba vecina.
El vecino se dirigiĂ³ al hombre chino y le preguntĂ³:
– Disculpe señor, ¿de verdad cree usted que el difunto vendrĂ¡ a comer el arroz…?
Y el chino respondiĂ³ -«SĂ, cuando el suyo venga a oler sus flores …» … … … …
Moraleja: Respetar las opiniones del otro, es una de las mayores virtudes que un ser humano puede tener.
Las personas son diferentes, por lo tanto actĂºan diferente y piensan diferente.
No juzgues, solamente comprende, y si no puedes comprenderlo, RESPETALO
TRATA A LOS DEMAS COMO TE GUSTARIA QUE TE TRATARAN A TI
1.Piensa por quĂ© te has estado juzgando a los demĂ¡s en el pasado. ¿Fuiste criado con la idea de que ciertas personas son inferiores a ti? ¿Has tenido malas experiencias? Trata de diagnosticar la causa que te hace sentir de cierta manera acerca de ciertos grupos de personas.
2.Ten en cuenta que esas personas a las que rechazas son seres humanos.Son seres humanos como tĂº y como yo. Todos deseamos ser aceptados por quienes somos. Todos tenemos el derecho a ser quienes somos y como somos sin que nadie nos moleste por eso.
3.Date cuenta que ya hay demasiada gente intolerante en el mundo. Hay mucha gente que es rechazada por pertenecer a un cierto grupo. Hay personas que son rechazadas por ser homosexuales otras personas son rechazadas por pertenecer a cierta religiĂ³n, etc. Si tĂº eres intolerante, te estarĂas agregando a la lista de personas que rechazan a los que son diferentes a ellos.
4.SĂ© parte de la soluciĂ³n. Ama a las demĂ¡s personas por lo que son, sin pensar que no son como tĂº quisieras que fueran. Haz que los demĂ¡s se sientan bien al estar contigo. De esta manera ganarĂ¡s muchos amigos y te ganarĂ¡s el respeto de los demĂ¡s.
5.Defiende a los demĂ¡s. No participes en chistes contra judĂos, negros, etc. Recuerda que ahora estĂ¡s tratando de ser una persona tolerante.
EXCESIVA TOLERANCIA : PERMISIVIDAD
Les comparto otra publicaciĂ³n de la compañera propietaria del blog Through An Al-Anon Filter:
CUANDO AMAMOS A UN ALCOHĂ“LICO. Cuando amamos a un alcohĂ³lico, podemos empezar a creer que con un pensamiento racional y cuidadoso, vamos a encontrar la manera «correcta» para explicarles el daño que su forma de beber nos causa a nosotros y a la familia. PodrĂamos pensar que debido a nuestro cuidado en la elecciĂ³n de nuestras palabras y nuestro tono, el alcohĂ³lico serĂ¡ capaz de oĂrnos. No es asĂ. Como seres humanos todos tenemos la habilidad de negar, algunos de nosotros a un nivel que podrĂa parecer una locura – esa es la adicciĂ³n.
Cuando amamos a un alcohĂ³lico, podemos querer creer que lo que nos estĂ¡n diciendo esta vez es la verdad – que no se comportarĂ¡n otra vez asĂ cuando se emborrachen de nuevo, que no tenemos que avergonzarnos ante los gritos de rabia, porque esa fue la Ăºltima vez, nunca volverĂ¡ a suceder. Pero si continĂºan bebiendo, y la rabia es parte integral del proceso de intoxicaciĂ³n de esa persona, entonces los enfrentaremos de nuevo.
Cuando amamos a un alcohĂ³lico, podemos asombrarnos al descubrir que cuando finalmente nos decidimos a romper, despuĂ©s tal vez de años de sufrimiento por los efectos de su alcoholismo, es el momento en que deciden dejar de beber – una vez que ya no estamos.
He visto que sucede bastantes veces, y la parte que ha roto puede sentir una ira incontenible -«¿Por quĂ© ahora? ¿Por quĂ© no podĂa haber hecho eso cuando aĂºn estĂ¡bamos juntos? Le di años a ese hombre/mujer, y le roguĂ© un millĂ³n de veces que dejarĂ¡ de beber y espera a que yo dejĂ© el matrimonio, y entonces deja de beber.»
Cuando amamos a un alcohĂ³lico, podemos esperar que si lo rescatamos de una mala situaciĂ³n, les proporcionamos dinero / un lugar para quedarse / comidas / un vehĂculo para conducir, estarĂ¡n agradecidos, y tratarĂ¡n con mĂ¡s fuerza alcanzar o mantener la sobriedad. En Al-Anon, este tipo de comportamiento se denomina «permisividad», ya que hace posible la capacidad del alcohĂ³lico para mantener sus malabarismos por un perĂodo mĂ¡s largo, antes de que todo se derrumba alrededor de su cabeza, y se enfrente a las consecuencias de sus propias decisiones.
La permisividad puede percibirse como amorosa y solidaria, pero a menudo tiene mĂ¡s que ver con nosotros que con el alcohĂ³lico. Es posible que necesitemos sentir que hemos «hecho todo lo posible» o que somos «un buen padre / esposa / hermano» con la esperanza de que nuestro ejemplo les mostrarĂ¡ cĂ³mo su comportamiento es, por el contrario, destructivo.
Tal vez estamos atrapados en un ciclo de permisividad, en la que creemos que si no actuamos para salvarlos, se perderĂ¡n en su adicciĂ³n para siempre o incluso morirĂ¡n.
La triste verdad es que no todo alcohĂ³lico es capaz de alcanzar o mantener la sobriedad. Muchos de ellos se han perdido en la adicciĂ³n, y muchos mueren cada año debido a los efectos de la bebida.
En Al-Anon aprendemos que no lo causamos, no podemos controlarlo, y no podemos curarlo. Esto puede ser un duro golpe para el ego y para la propia imagen como rescatador, o puede ser un paso hacia la libertad cuando entendemos que es realmente posible para nosotros tener una vida, satisfactoria, productiva y serena, ya sea que el alcohĂ³lico beba aĂºn o no.
El desapego no es cruel ni despiadado; el desprendimiento nos salva de continuar con un trabajo en el que podemos tener un efecto nulo. Cuando amamos a un alcohĂ³lico, una de las cosas mĂ¡s consideradas que podemos hacer por ellos es permitirles que controlen sus propias vidas. Podemos sentirnos angustiados por sus elecciones y su autodestrucciĂ³n, pero cuando honestamente admitimos nuestra impotencia, hemos comenzado nuestro propio viaje de sanaciĂ³n.
Ruego por seguir desprendiĂ©ndome de los alcohĂ³licos de mi vida y ser capaz de ver sin juzgar y amar sin culpar.
http://asociacionarlo.blogspot.com.es/
Autoritarismo
Recuerdas la vieja escuela, la de las varas detrĂ¡s de la puerta y los bastones de castigo adornando las paredes, la de pocas palabras. Esa que gobernĂ³ con mano de hierro la vida de nuestros padres o de nuestra infancia.
Fue la era de la enseñanza que provenĂa de la autoridad indiscutible de los adultos, los que señalaban el camino a los cuales sĂ³lo cabĂa obedecer. «Ya vendrĂ¡ tu tiempo para educar a tus hijos a tu gusto, ahora es nuestro turno», repetĂan sin soberbia, pero con un sentido de responsabilidad a toda prueba.
Permisividad
Pero, tal como el pĂ©ndulo, se dio un giro hacia otro extremo. Fue la generaciĂ³n de posguerra, la de los jĂ³venes que volvieron, los que se desencantaron con el modelo de la rigidez y la obediencia ciega.
La reacciĂ³n
Sin embargo, siempre se vuelve a un punto de encuentro, donde las generaciones que vienen se dan cuenta que la verdad no estĂ¡ ni en un extremo ni en otro.
Los lĂmites
En ese contexto surgieron voces para decir que era necesario establecer lĂmites, sin ahogar la libertad. Hitos que condujeran, pero sin dañar a la persona que debĂa caminar por el sendero.
El niño de esa Ă©poca permisiva «creciĂ³ en el vacĂo, sin lĂmites, sin fronteras, sin carteles orientadores, sin sustento, sin apoyo. En consecuencia no creciĂ³Â«.
LĂmites y convivencia
«los lĂmites son reglas de convivencia«. Establecen los linderos por los cuales hemos de guiarnos. El camino que orienta el norte de nuestras vidas.
Sin lĂmites sĂ³lo hay caos.
Cuando los padres establecen lĂmites, estĂ¡n poniendo un camino en la vida de sus hijos. La vida es relacionarse con otras personas. Cuando no se establecen lĂmites adecuados entonces se avasalla al otro, se destruye la armonĂa, y se perjudica al que se acompaña, mas tarde o mas temprano.
«el hogar debe proporcionar alternativas, pensamiento crĂtico, ponerles lĂmites internos a los lĂmites externos«.
Los riesgos de la permisividad
«los padres permisivos no dan libertad, dan licencia, otorgan vacĂo para que el otro haga lo que quiera«. Esa pseudo libertad que a la postre se convierte en esclavitud a los caprichos, al devenir de las modas, a la nada…
«En medio de tanto miedo a los hijos, miedo a los lĂmites, miedo a perder la simpatĂa y la benevolencia de nuestros vĂ¡stagos, aprendimos a decir solamente sĂ y nos reprimimos con el no, como si fuera malĂ©fico«. Eso llevĂ³ indeclinablemente a la permisividad de la que se cosechan los desvarĂos de jĂ³venes sin rumbo