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EL APEGO AFECTIVO

    El Apego es Adicción:

    Depender de la persona que se ama es una manera de enterrarse en vida, un acto de automutilacion psicológica donde el amor propio, el autorrespeto y la esencia de uno mismo son ofrendados y regalados irracionalmente. Cuando el apego esta presente, entregarse, mas, que un acto de cariño desinteresado y generoso, es una forma , de capitulación, una rendición guiada por el miedo con el fin de preservar lo bueno que ofrece la relación.

    Bajo el disfraz de amor romántico, la persona apegada comienza a sufrir una despersonalizacion lenta e implacable hasta convertirse en una anexo de la persona “amada”, un simple apéndice.

    De manera contradictoria, la tradición ha pretendido inculcarnos un paradigma distorsionado y pesimista:el autentico amor, irremediablemente, debe estar infectado de adicción. Un absoluto disparate. No importa como se quiera plantear, la obediencia debida, la adherencia y la subordinación que caracterizan el estilo dependiente no son lo mas recomendable.

    El Desapego no es indiferencia

    Amor y Apego no siempre deben ir de la mano. Lo hemos entremezclado hasta tal punto, que ya confundimos el uno con el otro. Equivocadamente, entendemos el desapego como dureza de corazon, indiferencia o insensibilidad, y eso es incorrecto.

    El desapego no es desamor, sino una manera sana de relacionarse, cuyas premisas son: independencia, no posesividad y no adiccion.. La persona no apegada (emancipada) es capaz de controlar sus temores al abandono, no considera que deba destruir la propia identidad en nombre del amor, pero tampoco promocionar el egoismo y la deshonestidad.

    Desapegarse no significa salir corriendo a buscar un sustituto afectivo, volverse un ser carente de toda etica o instigar la promiscuidad. La palabra libertad nos asusta y por eso la censuramos. Declararse afectivamente libre es promover afecto sin opresion, es distanciarse en lo perjudicial y hacer contacto en la tenura.

    El individuo que decide romper con la adiccion a su pareja entiende que desligarse psicologicamente no es fomentar la frialdad afectiva, porque la relacion interpersonal nos hace humanos (los sujetos “apegados al desapego” no son libres, sino esquizoides). No podemos vivir sin amor, pero si podemos amar sin esclavizarnos.

    “Una cosa es defender el lazo afectivo y otra muy distinta ahocarse con el”. El desapego no es mas que una eleccion que dice a gritos: “EL AMOR ES AUSENCIA DE MIEDO”.

    El Apego desgasta y enferma

    Otra de las caracteristicas del apego es el deterioro energetico. El sobregasto de un amor dependiente tiene doble faz. Por un lado, el sujeto apegado hace un despliegue impresionante de recursos para retener su fuente de gratificacion.

    Los activo-dependientes pueden volverse celsos e hipervigilantes, tener ataques de ira, desarrollar patrones obsesivos de comportamiento, agredir fisica o llamar la atencion de manera inadecuada, incluso mediante atentados contra su propia vida.

    Los pasivo-dependientes tienden a ser sumisos, dociles y extremadamente obedientes para intentar ser agradables y evitar el abandono. El repertorio de estrategias retentivas, de acuerdo con el grado de desesperacion e inventiva del apegado, puede ser diverso, inesperado y especialmente peligroso

    La segunda forma de despilfarro energético no es por exceso, sino por defecto. El sujeto apegado concentra toda la capacidad placentera en la persona “amada”, a expensas del resto de la humanidad. Con el tiempo, esta exclusividad se va convirtiendo en fanatismo y devoción: “Mi pareja lo es todo”. El goce de la vida se reduce a una mínima expresión: la del otro.

    El apego enferma, castra, incapacita,elimina criterios, degrada y somete, deprime, genera estrés, asusta, cansa, desgasta y, finalmente, acaba con todo el residuo de humanidad posible.

    LA INMADUREZ EMOCIONAL: EL ESQUEMA CENTRAL DE TODO APEGO

    Pese a que el término inmadurez puede resultar ofensivo o peyorativo para ciertas personas, su verdadera acepción nada tiene que ver con retardo o estupidez. La inmadurez emocional implica una perspectiva ingenua e intolerante ante ciertas situaciones de la vida, generalmente incómodas o aversivas. Una persona que no haya desarrollado la madurez o inteligencia emocional adecuada tendrá dificultades ante el sufrimiento, la frustración y la incertidumbre.

    Fragilidad, inocencia, bisoñada, inexperiencia o novatada, podrían ser utilizadas como sinónimos, pero técnicamente hablando, el término “inmadurez” se acopla mejor al escaso autocontrol y/o autodisciplina que suelen mostrar los individuos que no toleran las emociones mencionadas. Dicho de otra manera, algunas personas estancan su crecimiento emocional en ciertas áreas, aunque en otras funcionan maravillosamente bien.

    Señalaré las tres manifestaciones más importantes de la inmadurez emocional relacionadas con el apego afectivo en particular y con las adicciones en general:

    (a) bajos umbrales para el sufrimiento

    (b) baja tolerancia a la frustración

    (c) la ilusión de permanencia.

    Pese a que en la práctica estos tres esquemas suelen entremezclarse, los separé para que puedan apreciarse mejor. Veamos cada uno en detalle.

    a) Bajos umbrales para el sufrimiento o la ley del mínimo esfuerzo:

    La incapacidad para soportar lo desagradable varía según de un sujeto a otro. No todos tenemos los mismos umbrales o tolerancia al dolor. Hay personas que son capaces de aguantar una cirugía sin anestesia, o de desvincularse fácilmente de la persona que ama porque no les conviene, mientras que a otras hay que obligarlas, sedarlas o empujarlas, porque son de una alta susceptibilidad.

    Estas diferencias individuales parecen estar determinadas no sólo por la genética, sino también por la educación. Una persona que haya sido contemplada, sobreprotegida y amparada de todo mal en sus primeros años de vida, probablemente no alcance a desarrollar la fortaleza (coraje, decisión, aguante) para enfrentar la adversidad. Le faltará el “callo” que distingue a los que perseveran hasta el final.

    Su vida se regirá por el principio del placer y la evitación inmediata de todo aversivo, por insignificante que éste sea. Repito: esto no implica hacer una apología del masoquismo y el autocastigo, y fomentar el suplicio como forma de vida, sino reconocer que cualquier cambio requiere de una inversión de esfuerzo, un costo que los cómodos no están dispuestos a pagar.

    El sacrificio los enferma y la molestia los deprime. La consecuencia es terrible: miedo a lo desconocido y apego al pasado. Dicho de otra manera, si una persona no soporta una mínima mortificación, se siente incapaz de afrontar lo desagradable y busca desesperadamente el placer, el riesgo de adicción es alto. No será capaz de renunciar a nada que le guste, pese a lo dañino de las consecuencias y no sabrá sacrificar el goce inmediato por el bienestar a mediano o largo plazo; es decir, carecerá de autocontrol.

    El pensamiento central de la persona apegada afectivamente y con baja tolerancia al sufrimiento, se expresa así:

    “No soy capaz de renunciar al placer/bienestar/seguridad que me brinda la persona que amo y soportar su ausencia. No tengo tolerancia al dolor. No importa qué tan dañina o poco recomendable sea la relación, no quiero sufrir su pérdida. Definitivamente, soy débil. No estoy preparado para el dolor”.

    b) Baja tolerancia a la frustración o el mundo gira a mi alrededor

    La clave de este esquema es el egocentrismo, es decir: “Si las cosas no son como me gustaría que fueran, me da rabia”. Tolerar la frustración de que no siempre podemos obtener lo que esperamos, implica saber perder y resignarse cuando no hay nada que hacer.

    Significa ser capaz de elaborar duelos, procesar pérdidas y aceptar, aunque sea a regañadientes, que la vida no gira a nuestro alrededor. Aquí no hay narcisismo, sino inmadurez.

    Lo infantil reside en la incapacidad de admitir que “no se puede”. Si a un niño malcriado, se le niega un juguete con el argumento real de que no se tiene el dinero suficiente para comprarlo, él no entenderá la razón, no le importará. De todas maneras exigirá que su deseo le sea concedido. Gritará, llorará, golpeará, en fin, expresará su inconformidad de las maneras más fastidiosas posibles, para lograr su cometido.

    El “Yo quiero” es más importante que el “No puedo”. Querer tener todo bajo control es una actitud inocente, pero poco recomendable.

    Muchos enamorados no decodifican lo que su pareja piensa o siente, no lo comprenden o lo ignoran como si no existiera. Están tan ensimismados en su mundo afectivo, que no reconocen las motivaciones ajenas. No son capaces de descentrarse y meterse en los zapatos del otro.

    Cuando su media naranja les dice: “Ya no te quiero, lo siento”, el dolor y la angustia se procesa solamente de manera autorreferencial: “¡Pero si yo te quiero!” Como si el hecho de querer a alguien fuera suficiente razón para que lo quisieran a uno. Aunque sea difícil de digerir para los egocéntricos, las otras personas tienen el derecho y no el “deber” de amarnos. No podemos subordinar lo posible a nuestras necesidades. Si no se puede, no se puede.

    La inmadurez también puede reflejarse en el sentido de posesión: “Es mío” o “No quiero jugar con mi juguete, pero es mío y no lo presto”. Muchas veces no es la tristeza de la pérdida lo que genera la desesperación, sino quién echó a quién. Si se obtiene nuevamente el control, la revancha no se hace esperar:

    “Cambie de opinión. Realmente no te quiero”. Ganador absoluto. Una paciente decía: “Ya estoy más tranquila… Fui, lo reconquisté, se lo quité a la otra, y ahora sí… La cosa se acabó, pero porque yo lo decidí… ¿Cómo le parece el descaro, doctor?… Cinco años de novios y dejarme a un lado como a un trapo sucio… Ya no me importa, que haga lo que quiera… ¿Por qué son tan raros los hombres?”

    El pensamiento central de la persona apegada afectivamente y con baja tolerancia a la frustración, se expresa así:

    “No soy capaz de aceptar que el amor escape de mi control. La persona que amo debe girar a mi alrededor y darme gusto. Necesito ser el centro y que las cosas sean como a mí me gustaría que fueran. No soporto la frustración, el fracaso o la desilusión. El amor debe ser a mi imagen y semejanza”.

    c) Ilusión de permanencia o de aquí a la eternidad

    La estructura mental del apegado contiene una dudosa presunción filosófica respecto al orden del universo. En el afán de conservar el objeto deseado, la persona dependiente, de una manera ingenua y arriesgada, concibe y acepta la idea de lo “permanente”, de lo eternamente estable.

    El efecto tranquilizador que esta creencia tiene para los adictos es obvio: la permanencia del proveedor garantiza el abastecimiento. Aunque es claro que nada dura para siempre (al menos en esta vida el organismo inevitablemente se degrada y deteriora con el tiempo), la mente apegada crea el anhelo de la continuación y perpetuación ad infinitud: la inmortalidad.

    La paradoja del sujeto apegado resulta patética: por evitar el sufrimiento instaura el apego, el cual incrementa el nivel de sufrimiento, que lo llevará nuevamente a fortalecer el apego para volver otra vez a padecer. El círculo se cierra sobre sí mismo y el vía crusis continúa. El apego está sustentado en una falsa premisa, una utopía imposible de alcanzar y un problema sin solución. La siguiente frase, nuevamente de Buda, es de un realismo cruento pero esclarecedor:

    “Todo fluye, todo se diluye; lo que tiene principio tiene fin, lo nacido muere y lo compuesto se descompone. Todo es transitorio, insustancial y, por tanto, insatisfactorio. No hay nada fijo de qué aferrarse”.

    Los “Tres Mensajeros Divinos”, como él los llamaba: enfermedad, vejez y muerte, no perdonan. Tenemos la opción de rebelarnos y agobiarnos porque la realidad no va por el camino que quisiéramos, o afrontarla y aprender a vivir con ella, mensajeros incluidos.

    Decir que todo acaba significa que las personas, los objetos o las imágenes en la cuales hemos cifrado nuestras expectativas de salvaguardia personal, no son tales. Aceptar que nada es para toda la vida no es pesimismo sino realismo saludable. Incluso puede servir de motivador para beneficiarse del aquí y el ahora: “Si voy a perder los placeres de la vida, mejor los aprovecho mientras pueda”.

    Esta es la razón por la cual los individuos que logran aceptar la muerte como un hecho natural, en vez de deprimirse disfrutan de cada día como si fuera el último.

    El realismo afectivo implica no confundir posibilidades con probabilidades. Una persona realista podría argumentar algo así: “Hay muy pocas probabilidades de que mi relación se dañe, remotas si se quiere, pero la posibilidad siempre existe. Estaré vigilante”. Una persona ingenua se dejará llevar por la idea romántica de que ciertos amores son invulnerables e inalterables. La aterrizada puede ser mortal.

    El pensamiento central de la persona apegada afectivamente y con ilusión de permanencia, se expresa así:

    “Es imposible que nos dejemos de querer. El amor es inalterable, eterno, inmutable e indestructible. Mi relación afectiva tiene una inercia propia y continuará para siempre, para toda la vida”

    ¿A QUE COSAS DE LA RELACION NOS APEGAMOS?

    EL MENU PERSONALIZADO DE LA VIDA EN PAREJA:

    Si pensamos un momento cómo funciona el apego afectivo en cada uno de nosotros, veremos que la “supersustancia” (placer/bienestar más seguridad/protección) siempre está presente, porque es el motivo del apego. Sin ella, no hay dependencia.

    -La vulnerabilidad al daño y el apego a la seguridad /protección

    El esquema principal es la baja autoeficiencia: “No soy capaz de hacerme cargo de mí mismo”. Estas personas necesitan de alguien más fuerte, psicológicamente hablando, que se haga responsable de ellas. La idea que las mueve es obtener la cantidad necesaria de seguridad/protección para enfrentar una realidad percibida como demasiado amenazante.

    Este tipo de apego es de los más resistentes porque el sujeto lo experimenta como si fuera una cuestión de vida o muerte. Aquí no se busca amor, ternura o sexo, sino supervivencia en estado puro. Lo que persigue no es activación placentera y euforia, sino calma y sosiego. El asunto no es taquicardia, sino de bradicardia; reposo y alivio:”Estoy a salvo”.

    El origen de este apego parece estar en la sobreprotección parental durante la niñez y en la creencia aprendida de que el mundo es peligroso y hostil. El resultado de esta funesta combinación (“No soy capaz de ver por mí mismo” y “El mundo es terriblemente amenazante”) hace que la persona se perciba a sí misma como indefensa, desamparada y solitaria. El destino final es altamente predecible: no autonomía, no libertad y, claro está dependencia.

    -El miedo al abandono y el apego a la estabilidad/confiabilidad

    Todos esperamos que nuestra pareja sea relativamente estable e incuestionablemente fiel. De hecho, la mayoría de las personas no soportarían una relación fluctuante y poco confiable, y no sólo por principios sino por salud mental. Por donde se mire, una relación incierta es insostenible y angustiante. Anhelar una vida de pareja estable no implica apego, pero volverse obsesivo ante la posibilidad de una ruptura, si.

    En ciertos individuos la búsqueda de estabilidad está asociada a un profundo temor al abandono y a una hipersensibilidad al rechazo afectivo. La confiabilidad se convierte, para ellos, en una necesidad compulsiva para soliviar el miedo anticipatorio a la carencia.

    La historia afectiva de estas personas está marcada por despechos, infidelidades, rechazos, pérdidas o renuncias amorosas que no han podido ser procesadas adecuadamente. Más allá de cualquier argumento, lo primordial para el apego a la estabilidad/confiabilidad es impedir otra deserción afectiva:

    “Prefiero un mal matrimonio, a una buena separación”. El problema no es de autoestima sino de susceptibilidad al desprendimiento. El objetivo es mantener la unión afectiva a cualquier costo y que la historia no vuelva a repetirse.

    -La baja autoestima y el apego a las manifestaciones de afecto

    En este tipo de apego, aunque indirectamente también se busca estabilidad, el objetivo principal no es evitar el abandono sino sentirse amado. Incluso muchas personas son capaces de aceptar serenamente la separación, si la causa no está relacionado con el desamor:

     “Prefiero una separación con amor, a un matrimonio sin afecto”.

    No obstante, una cosa es que nos guste recibir amor y otra muy distinta quedar adherido a las manifestaciones de afecto. Estar pendiente de cuanto cariño nos prodigan para verificar qué tan queribles somos, es agotador tanto para el dador como para el receptor.

    -Los problemas de autoconcepto y el apego a la admiración

    El autoconcepto se refiere a qué tanto me acepto a mí mismo. Es lo que pienso de mí. En un extremo están los narcisistas crónicos (el complejo de Dios), y en el otro, los que viven defraudados de sí mismos (el complejo cucaracha).

    A diferencia de lo que ocurría con la baja autoestima, aquí la carencia no es de amor sino de reconocimiento y adulación. Estas personas no se sienten admirables e intrínsecamente valiosas: por tal razón, si alguien les muestra admiración y algo de fascinación, el apego no tarda en llegar. Más aún, una de las causas más comunes de infidelidad radica en la conexión que se establece entre admirador y admirado.

    Exaltarle el ego a una persona que se siente poca cosa, y que además ha sido descuidada por su pareja en este aspecto, puede ser el mejor de los afrodisíacos. Encantarse con ciertas virtudes, elogiar cualidades, aplaudir, dar crédito y asombrarse ante alguna habilidad no apreciada por el ambiente inmediato, es abrirle paso al romance. La admiración es la antesala del amor.

    El bajo autoconcepto crea una marcada sensibilidad al halago. Tanto así que puede convertirse en la principal causa de una relación afectiva. Una señora me expresaba lo siguiente: “Yo sé que no es el marido ideal…Tiene mal humor, no es buen amante y a veces perezoso… Mi familia no lo quiere mucho y mis amigas me dicen que no debería estar con él…

    Pero me admira y reconoce en mí a una persona valiosa y especial… Incluso ha llegado a decir que no me merece… Póngase en mi lugar…En toda mi vida nadie se había maravillado por mí, nadie me había admirado…Puede que no sea el gran ejecutivo ni el mejor partido, pero se siente satisfecho y casi honrado de estar a mi lado… Con eso tengo suficiente, lo demás no me importa”. La dosis adecuada y en la medida justa. Imposible de erradicar.

    ¿El Apego puede prevenirse?

    Bajo determinadas circunstancias, podemos crear inmunidad a las adicciones afectivas y relacionarnos de una manera más tranquila y descomplicada. Siempre podemos estar afectivamente mejor. Si tu pareja está bien constituida, aún puedes fortalecerla más; y si tiene deficiencias no muy graves, puedes mejorarla. El mejoramiento afectivo es un proceso continuo que no puede descuidarse.

    Los tres (3) principios que se presentan a continuación permiten desarrollar una actitud anti-apego, es decir un estilo de vida orientado a fomentar la independencia psicológica sin dejar de amar. Por desgracia, nuestra cultura no los enseña de una manera programada y coherente porque, paradójicamente, la libertad es uno de los valores más restringidos.

    El primer principio es el de la Exploración, o el arte de no poner todos los huevos en la misma canasta; el segundo es el de la autonomía, o el arte de ser autosuficiente sin ser narcisista, y el tercero, es el principio del sentido de vida, o el arte de alejarse de lo mundano.

    La aplicación de cada uno de ellos hará tambalear los esquemas responsables de la adicción afectiva, pero si la aplicación es conjunta, el impacto psicológico será óptimo. Una persona audaz, libre y realizada es un ser que le ha ganado la batalla a los apegos.

    La inmunidad a la adicción afectiva sólo puede alcanzarse cuando todos nuestros papeles estén debidamente equilibrados. Somos mucho más que esposo/ esposa o novio/ novia. Si vivo exclusivamente para mi pareja, si reduzco todas mis opciones de alegría y felicidad a la relación, destruyo mis posibilidades en otras áreas, las cuales también son importantes para mi crecimiento interior.

    Cuando se logra la madurez afectiva, el acto de amar no. es tan cautivante como para anularnos, ni tan distante como para enfriarnos. Se obtiene un punto medio, el lugar equidistante, donde el amor existe y deja vivir.

    EL PRINCIPIO DE LA EXPLORACIÓN Y EL RIESGO RESPONSABLE

    La persona apegada, debido a su inmadurez emocional, no suele arriesgarse porque el riesgo incomoda. Jamás pondría en peligro su fuente de placer y seguridad. Prefiere funcionar con la vieja premisa de los que temen los cambios: “Más vale malo conocido que bueno por conocer”. Enfrentarse a lo nuevo, siempre asusta. El anclaje al pasado es la piedra angular de todo apego. Aferrarse a la tradición genera la sensación de estar asegurado.

    Todo es predecible, estable y sabemos para dónde vamos. No hay innovaciones ni sorpresas molestas. Rescatar las raíces y entender de dónde venimos es fundamental para cualquier ser humano, pero hacer de la costumbre una virtud es inaceptable. Muchas parejas entran en una especie de canibalismo mutuo, donde cada uno devora al otro hasta desaparecer. Se absorben como dos esponjas interconectadas.

    ¿Quién dijo que para establecer una relación afectiva uno debe encarcelarse? ¿De dónde surge esa ridícula idea de que el amor implica estancamiento? ¿Por qué algunas personas al enamorarse pierden sus intereses vitales? ¿El amor debe ser castrante? ¿realmente el vínculo afectivo requiere de estos sacrificios?. Los preceptos sociales han hecho desastres.

    Amar no es anularse, sino crecer de a dos. Un crecimiento donde las individualidades, lejos de opacarse, se destacan. Querer a alguien no significa perder sensibilidad y volverse una marmota sin más intereses que lo mundano.

    El principio de la exploración responsable, (por “responsable” entiendo hacer lo que nos venga en gana, siempre y cuando no sea dañino ni para uno ni para otros), sostiene que los humanos tenemos la tendencia innata a indagar y explorar el medio. Somos descubridores natos, indiscretos por naturaleza.

    Cuando exploramos el mundo con la curiosidad del gato, todos nuestros sentidos se activan y entrelazan para configurara un esquema vivencial. Es entonces cuando descubrimos que el placer no está localizado en un solo punto, sino disperso y accesible. Y no estoy insinuando que haya que reemplazar a la pareja o engañarla. La persona que amo es una parte importante de mi vida, pero no la única.

    Si pierdo la capacidad de escudriñar, husmear y sorprenderme por otras cosas, quedaré atrapado en la rutina. Nadie tiene el monopolio del bienestar. Krishnamurti decía: “Cuando se adora a un solo río, se niegan todos los demás ríos; cuando usted adora a un solo árbol o a un solo dios, entonces niega todos los árboles, todos los dioses”.

    Puedes amar profunda y respetuosamente a tu pareja y al mismo tiempo disfrutar de una tarde de sol, comer helados, salir a pasear, ir a un cine, investigar sobre tu tema preferido, asistir a conferencias y viajar; en fin, puedes seguir siendo un ser humano completo y normal. Vincularse afectivamente no es enterrarse en vida, ni reducir tu hedonismo a una o dos horas al día. No hablo de excluir egoístamente al otro, sino de complementarlo.

    Me refiero a dispersar el placer, sin dejar de amar a la persona que amas y sin perderte a ti mismo. Hermann Hesse afirmaba: “Él había amado y se había encontrado a sí mismo. La mayoría, en cambio, aman para perderse”.

    ¿Por qué este principio genera inmunidad al apego afectivo?

    Porque la exploración produce esquemas anti-apego y promueve maneras más sanas de relacionarse afectivamente, al menos en cuantas áreas básicas:

    a. Las personas atrevidas y arriesgadas generan más tolerancia al dolor ya la frustración; es decir, se ataca el esquema de inmadurez emocional.

    b. Una actitud orientada a la audacia y al experimentalismo responsable asegura el descubrimiento de nuevas fuentes de distracción, disfrute, interés y diversión.

    El placer se dispersa, se riega y desaparece la tendencia a concentrar todo en un solo punto (por ejemplo, la pareja). El ambiente motivacional crece, y se amplía considerablemente.

    c. Explorar hace que la mente se abra, se flexibilice y disminuya la resistencia al cambio.

    El miedo a lo desconocido se va reemplazando por la ansiedad simpática de la sorpresa, la novedad y el asombro. Un susto agradable que no impide tomar decisiones.

    d. Se pierde el culto a la autoridad, lo cual no implica anarquismo.

    Simplemente, al curiosear en la naturaleza, las ciencias, la religión, la filosofía y en la vida misma, se aprende que nadie tiene la última palabra. Ya no se traga entero, y someterse no es tan fácil. Aparece un escepticismo sano y la interesante costumbre de preguntarse por qué.

    Algunas sugerencias prácticas.

    1.-Juego y espontaneidad.

    Los adultos perdemos la magia del juego y nos enconchamos.
    Racionalizamos tanto que nos constipamos. D´Annunzio, el gran escritor italiano, decía:

    “¿Quién ha dicho que la vida es un sueño? La vida es un juego”.
    – Empieza por alguna travesura que no sea peligrosa.
    – Recurre al método del absurdo.
    – Despreocúpate del qué dirán y de la adecuación social.

    2.-Bucear en lo intelectual.

    3.-Incursionar en el arte.

    4.-Viajes y geografía.

    5.-Conocer gente.

    EL PRINCIPIO DE LA AUTONOMÍA O HACERSE CARGO DE UNO MISMO:

    Tal como lo han afirmado psicólogos, filósofos y pensadores a través de todas las épocas, la libertad y el miedo van de la mano. Salustio decía: “Son pocos los que quieren la libertad, la mayoría sólo quiere tener un amo justo”. Pero cuando las personas deciden hacerse dueñas de su vida y de sus decisiones, el crecimiento personal no tiene límites.

    La búsqueda de autonomía es una tendencia natural en sujetos sanos. Más aún, cuando la libertad se restringe los humanos normales nunca nos damos por vencidos. Desde Espartaco hasta Mandela, la historia de la humanidad podría resumirse como una lucha constante y persistente para obtener la independencia añorada, cualquiera que ella sea.

    En psicología ha quedado demostrado que las personas autónomas que se hacen cargo de sí mismas, desarrollan un sistema inmunológico altamente resistente a todo tipo de enfermedades.

    Los maestros espirituales de distintas partes del mundo coinciden en decir que cuánto menos necesidades creadas tenga una persona, más libre será. Cuentan que en cierta ocasión, Sócrates entró en una tienda de misceláneas. Luego de demorarse un largo rato observando en detalle cada artículo, salió del lugar claramente asombrado. Cuando le preguntaron el motivo de su sorpresa, respondió: “Estoy fascinado, ¡cuántas cosas no necesito!”.

    Por desgracia, las personas que sufren de apego afectivo son las que más bloquean la autonomía, porque sus necesidades son demasiado fuertes. La adicción a otro ser humano es la más difícil de erradicar, y más aún cuando la motivación de fondo es la necesidad de seguridad/protección: (“Más vale mal acompañado que solo”).

    Mientras el principio de la exploración facilita la obtención de reforzadores y la pérdida del miedo a lo desconocido, el principio de la autonomía permite adquirir confianza en uno mismo y perder el miedo a la soledad. Un estilo de vida orientado a la libertad personal genera, al menos, tres atributos psicoafectivos importantes: la defensa de la territorialidad, una mejor utilización de la soledad y un incremento en la autosuficiencia.

    Veamos cada uno en detalle.

    La defensa de la territorialidad y la soberanía afectiva

    La territorialidad es el espacio de reserva personal; si alguien lo traspasa, me siento mal, incómodo o amenazado. Es la soberanía psicológica individual: mi espacio, mis cosas, mis amigos, mis salidas, mis pensamientos, mi vocación, mis sueños, en fin, todo lo que sea “mi”, que no necesariamente excluye el “tu”. Tus rosas, mis rosas y nuestras rosas.

    Una territorialidad exagerada, lleva a la paranoia y si es minúscula, a la inasertividad. El equilibrio adecuado es aquel donde las demandas de la pareja y las propias necesidades se acoplan respetuosamente. Es importante recalcar que sin territorialidad no puede haber una buena relación.

    Las parejas superpuestas en un ciento por ciento, además de disfuncionales, son planas y tediosas. Se conocen tanto y se comunican tantas cosas, que se les acaba el repertorio. Se pierde el encanto de lo inesperado. Una cosa es entregar el corazón y otra el cerebro.

    Nuestra educación ha exaltado el valor de un matrimonio encerrado y sin secretos, como decía E.E. Cummings: “Uno no es la mitad de dos; dos son las mitades de uno”. Siameses, hasta que la muerte los separe. A muchos les disgusta que su pareja no lo exprese todo, porque lo consideran falta de lealtad (obviamente no estoy defendiendo el mutismo electivo).

    Pero la transparencia total no existe. Más aún, a veces es mejor no preguntar, y otras, no contar. La idea no es andar jugando a las escondidas, fomentar el libertinaje y eliminar todo rastro de honradez, sino establecer los límites de la propia privacidad. Algo así como la reserva del sumario. Y esto no es desamor, sino inteligencia afectiva.

    La independencia (territorialidad) sigue siendo la mejor opción para que una pareja perdure y no se consuma. Aunque a la gente apegada le aterra el libre albedrío y le encanta ceder espacios: sin autonomía no hay amor, sólo adicción complaciente.

    Al rescate de la soledad

    Frente a la soledad siempre ha habido posiciones enfrentadas. Los filósofos y los maestros espirituales la han defendido a capa y espada, como una oportunidad para fomentar el autoconocimiento. Por ejemplo, Cicerón decía: “Nunca he estado menos solo que cuando estoy solo”. Por su parte, los poetas y enamorados han hecho una apología de la adhesión afectiva, y han señalado que no hay nada mejor que estar encadenado a un corazón.

    En palabras de Machado:“Poned atención: Un corazón solitario No es un corazón”. El gran poeta español posiblemente no hubiera pasado un test de dependencia, ni hubiera recomendado este libro.

    Para la psicología clínica, la soledad tiene una faceta buena y una mala. Cuando es producto de la elección voluntaria, es saludable y ayuda a limpiar la mente. Pero si es obligada, puede aniquilar todo vestigio de humanidad rescatable. La soledad impuesta es desolación, la elegida es liberación. No es lo mismo estar socialmente aislado que estar afectivamente aislado. De las dos, la segunda, es decir, la carencia afectiva, es la que más duele.

    Ésa es la que abre huecos en el alma y la que nos despoja de toda motivación. Aunque ambas formas de aislamiento generan depresión, la soledad del desamor es la madre de todo apego.
    El principio de la autonomía lleva, irremediablemente, al tema de la soledad. De alguna manera, estar libre es estar solo. La persona que se hace cargo de sí misma no requiere de nodrizas ni guardianes porque no le teme a la soledad, la busca.

    En cambio, para un adicto afectivo el peor castigo es el alejamiento. Como un monstruo de mil cabezas, el destierro físico, psicológico o afectivo se va acoplando al déficit de la víctima. Por ejemplo, para los que sufren de vulnerabilidad al daño, la soledad es desamparo; para los que necesitan estabilidad, es abandono; para los que carecen de autoestima, es desamor.
    Sin llegar a ser ermitaño, la soledad trae varias ventajas.

    Desde el punto de vista psicológico-cognitivo (mental), favorece la autoobservación y es una oportunidad para conocerse a uno mismo. Es en el silencio cuando hacemos contacto con lo que verdaderamente somos.

    Desde el punto de vista Psicológico-emocional, posibilita que los métodos de relajación y meditación aumenten su eficacia. Cuando no hay moros en la costa, el organismo se siente más seguro y concentrado: no hay necesidad de aprobación, ni competencia, ni críticas a la vista.

    Desde el punto de vista psicológico- comportamental, nos induce a soltar los bastones, a enfrentar los imponderables y a lanzarnos al mundo. No es imprescindible tener compañía afectiva para desempeñarse socialmente.

    Abrazar la soledad no significa que debas incomunicarte y aislarte de tu pareja. Las soledades de cada uno pueden interconectarse. Entre dos personas que se aman, el silencio habla hasta por los codos. Tu pareja puede estar leyendo, mientras tú arreglas el jardín, o viceversa. Cada uno en lo suyo. Aparentemente no se están comunicando, no se hablan, no se miran, no se huelen, no se tocan.

    Pero no es así. Hay un intercambio vivo, una presencia compartida donde ambas soledades se juntan y se envuelven la una en la otra. Rilke lo expresaba bellamente: El amor consiste en esto: Que dos soledades se protegen Se tocan mutuamente Y se saludan. De eso se trata el respeto a la intimidad. Amar en puntas de pie para que no haya sobresaltos y encontrarse en los pasillos.

    Respirar el mismo aire sin contaminarlo, y compartir el amor sin hacerlo necesariamente explícito. Splager resume muy bien la idea central de amar en soledad y aún así seguir amando: “No todos saben estar solos con otros, compartir la soledad. Tenemos que ayudarnos mutuamente a comprender cómo ser en nuestra soledad, para poder relacionarnos sin aferrarnos el uno al otro.

    Podemos ser interdependientes sin ser dependientes. La nostalgia del solitario es la dependencia rechazada. La soledad es la interdependencia compartida”.

     
    La autosuficiencia y la autoeficacia

    Muchas de las personas dependientes con el tiempo van configurando un cuadro de inutilidad crónica. Una mezcolanza entre desidia y miedo a equivocarse. De tanto pedir ayuda, pierden autoeficiencia. El devastador “No soy capaz” se va apoderando del adicto, hasta volverlo cada vez más incapaz de sobrellevar la vida sin supervisión.

    Actividades tan sencillas como llevar el automóvil al taller, llamar a un electricista, reservar pasajes, buscar un taxi, se convierten en el peor de los problemas. Estrés, dolor de cabeza y malestar. La tolerancia a las dificultades se hace cada vez más baja. Como dice el refrán: “La pereza es la madre de todos los vicios”. Así, lenta e incisivamente, la inseguridad frente al propio desempeño va calando y echando raíces.

    Como una bola de nieve, la incapacidad arrasa con todo. La tautología es destructora; la dependencia me vuelve inútil, la inutilidad me hace perder confianza en mí mismo. Entonces busco depender más, lo que incrementa aún más mi sentimiento de inutilidad, y así sucesivamente.

    Si eres de aquellas personas que necesitan el visto bueno de la pareja hasta para respirar, deja a un lado el pulmón artificial y libérate. Despréndete de esa fastidiosa incompetencia. Permite que el principio de la autonomía limpie la basura que tienes acumulada por culpa del apego. La independencia es el único camino para recuperar tu autoeficacia.

    Sentirse incapaz es una de las sensaciones más destructivas, pero no hacer nada y resignarse a vivir como un inválido es peor. Aunque no te agrade el esfuerzo, hacerte cargo de ti mismo hará que tu dignidad no se venga a pique.

    ¿Por qué el principio de autonomía genera inmunidad al apego afectivo?

    Porque la autonomía produce esquemas anti-apego y promueve maneras más sanas de relacionarse afectivamente, al menos en tres áreas básicas:

    a. Las personas que se vuelven más autónomas mejoran ostensiblemente su autoeficacia, adquieren más confianza en sí mismas y se vuelven más autosuficientes.

    Se previene y/o se vence el miedo a no ser capaz.

    b. La libertad educa y levanta los umbrales al dolor y al sufrimiento.

    Al tener que vérselas con el mundo y luchar por la propia supervivencia, elimina de cuajo la mala costumbre de evitar la incomodidad. En otras palabras, ayuda a la maduración emocional. Se previene y/o se vence el miedo a sufrir.

    c. La autonomía conlleva a un mejor manejo de la soledad.

    Los sujetos que adoptan la autonomía como una forma de vida adquieren mejores niveles de autoobservación y una mayor autoconciencia. Considerando que la soledad está en la base de todo apego, se previene y/o se vence el miedo a la soledad.

    EL PRINCIPIO DEL SENTIDO DE VIDA

    Cada vez que toco este tema de la espiritualidad, algunos de mis colegas ultra científicos se miran de reojo con desconfianza, levantan la ceja y se ajustan el cuello de la camisa. Este asunto del sentido de la vida produce escozor a más de un académico. No lo pueden aceptar fácilmente, porque se aleja de los patrones tradicionales de investigación.

    Tampoco lo pueden rechazar del todo, porque los que logran tener ese sentido especial de trascendencia muestran una serie de ventajas para la supervivencia que otras personas no tienen: viven más tiempo, mejoran sustancialmente su calidad de vida, se enferman menos, afrontan las enfermedades terminales con más entereza, crean inmunidad a muchas enfermedades mentales, pierden el miedo a la muerte y, lo que es más importante, son supremamente resistentes a crear apegos de todo tipo.

    Las personas que han encontrado el camino de su autorrealización o que poseen fortaleza espiritual, son duras de matar. Se mueven más fluidamente y no suelen quedarse estancadas en idioteces. No andan buscando algo a que aferrarse para sentirse protegidas. Han incorporado la seguridad a su disco duro. Amar a una persona así es maravillosos, pero asustador, porque puede dar la impresión de ser “demasiado” independiente.

    Una pareja sin temores asusta a los inseguros. “te amo, pero puedo prescindir de ti”, puede provocar infarto instantáneo a más de un enamorado. Los condicionamientos sociales han instituido una falsa premisa: amor sin miedo no es amor. Cuando un individuo ha encontrado su autorrealización vocacional o trascendental, ama con una paz especial. No es perfección, sino tranquilidad interior. Y aunque puede parecer sospechoso de desamor, no es así.

    Simplemente ha dejado que los apegos se caigan por su peso: hay deseo, pero no adicción.
    Para comprender mejor qué es el motivo de vida, lo dividiremos en dos dimensiones básicas: autorrealización y trascendencia.

    La Autorrealización

    Este principio se refiere a la capacidad de reconocer los talentos naturales que poseemos. Aquellas habilidades singulares que surgen espontáneamente de nosotros, sin tanto alarde ni especializaciones. Simplemente estuvieron ahí todo el tiempo y todavía persisten. Vivimos con nuestras facultades a cuestas, y ni siquiera nos damos cuenta.

    La pregunta clave es: ¿Cómo saber si estamos desarrollando esos talentos? Si las respuestas a las siguientes tres preguntas son positivas, estás bien encaminado; de no ser así, tienes algo que revisar

    a. ¿Pagarías por hacer lo que estás haciendo?
    b. Aquellas cosas que haces bien y disfrutas al hacerlas, ¿han surgido de ti más naturalmente que por aprendizaje?
    c. Cuando estás ejecutando lo que te apasiona, ¿la gente se acerca a ti en vez de alejarse?

    Ése es el talento natural: una capacidad guiada por la pasión, que estalla desde adentro y reúne a los demás cuando aparece. Todos la poseemos, todos podemos alcanzarla, todos estamos diseñados para desarrollar nuestra capacidad creativa, si nos dejan y tenemos el coraje para hacerlo.

    Una persona que ha encontrado su vocación y siente pasión por lo que hace, se vuelve inmune a la adicción afectiva porque su energía vital se abre a otras experiencias. Y esto no significa incompatibilidad, sino amor a cuatro manos. Desarrollar los talentos naturales es abrirse a otros placeres, sin desatender el vínculo afectivo. No se abandona a la pareja, sino que se la integra, se la ama a plenitud.

    Si la vocación se lleva a feliz término, la mente se tranquiliza y las inseguridades desaparecen. Las personas autorrealizadas no son posesivas: son independientes y fomentan la honestidad interpersonal. No necesitan tanto el apego, porque la pérdida y la terrible soledad ya no las asustan.

    La Trascendencia

    Creer que se está participando en un proyecto universal y aceptar la importancia de ello nos coloca, automáticamente, en el plano espiritual. La vida evoluciona en un sentido de complejidad creciente, donde posiblemente seamos la punta de lanza de una transformación que no percibimos aún. Trascender significa tomar conciencia (darse cuenta) de que soy; posiblemente, mucho más de lo que creo ser.

    Sentir que se está participando en un proyecto universal nos hace fuertes, nos aleja de lo mundano y cuestiona nuestra presencia en el planeta. Los animales no saben que van a morir, nosotros sí. Muchas personas que recurren a ayuda psicológica o psiquiátrica buscan aliviar su frustración existencial, porque se sienten vacíos y manifiestan que no encuentran un motivo de vida.

    Tener un vector orientador que nos empuje hacia un fin cósmico, a una compenetración con Dios, el universo o como queramos llamarlo, nos da un sentido vital. No cabe duda: los ideales, cualquiera que sea su origen, nos hacen crecer. Y no me refiero a los fanatismos religiosos y a su consecuente ignorancia, sino a la posición seria y honesta de creer en algo más.

    “Si Dios no existiera, habría que inventarlo”.

    Voltaire

    El “más allá” no es incompatible con el “más acá”. Dios no exige tanto. Crecer espiritualmente no es discrepante con el amor terreno, pícaro y cariñosamente contagioso que sentimos por la pareja. Exaltar la vida interior ayuda a desprenderse de los lastres del apego, pero nada tiene que ver con desamor.

    ¿Por qué el principio del sentido de vida genera inmunidad al apego afectivo?

    Porque el sentido de vida produce esquemas antiapego y promueve maneras más sanas de relacionarse afectivamente, al menos en cuatro áreas básicas:

    a. Las personas que adquieren un sentido de vida logran distanciarse de las cosas mundanas, y adquieren una visión más completa y profunda de su vida. En general, no se apegan tanto a las cosas terrenales, incluido el afecto. No es que no les interese lo material, sino que logran ubicarlo en el sitio que se merece.


    b. De manera similar a lo que ocurre con el principio de exploración, el desarrollo de los talentos naturales permite una expansión de la conciencia afectiva. Al haber otras fuentes de satisfacción, la preferencia motivacional deja de existir. Se debilita el esquema de exclusividad placentera por la pareja y se promueve la independencia psicoafectiva. El gusto por la vida también empieza a incluir la propia autorrealización.


    c. La trascendencia permite redimensionar la experiencia del sufrimiento. No es que se soporte más el dolor, sino que se diluye, se reubica en otro contexto y se le otorga un nuevo significado. Las personas con una vida espiritual intensa son más fuertes ante la adversidad, y emocionalmente más maduras. Aprenden a renunciar y a darse por vencidas cuando deben hacerlo.


    d. Participar en la idea de un proyecto universal me otorga un sentido de pertenencia especial. Un punto de referencia interior con la esencia misma de la vida, que elimina la necesidad de protección y disminuye la vulnerabilidad al daño. La idea de una misión personal nos exonera de inmediato de cualquier apego.

    Algunas sugerencias prácticas:

    1.-No matar la vocación.

    En la vida nunca hay que resignarse a vivir infeliz. La autorrealización es un derecho que tienes por el solo hecho de haber nacido. Si tienes la convicción de no estar trabajando en lo que verdaderamente te gusta, o te sientes subutilizado, enfréntalo. No importa cuántas obligaciones tengas, abre el abanico de posibilidades. No estoy diciendo que seas irresponsable, lo que te sugiero es no darte por vencido.

    Manda hojas de vida a Raimundo y todo el mundo, lee los clasificados, habla con los amigos y cuéntale al mundo para qué sirves. Diles cuáles son tus talentos y pelea contra tu mala ubicación en la vida.

     
    Escarba en tu pasado para rescatar aquella vieja vocación de adolescente. Si no puedes trabajar en ella, conviértela en tu pasión alterna. Retómala. Saca tiempo para esa habilidad que te encanta y no te cansa. No pienses si lo haces bien o mal. Eso no importa, sino que te agrade, que te diviertas y que goces intensamente. Si tu marido te dice que las clases X no te generan dividendos, recuérdale que la gente vale por lo que es y no por lo que tiene.

    Agrégale en tono enfático que las mejores ganancias de la vida suelen carecer de signo pesos. Si tu esposa te regaña cada vez que te decides ir a practicar tu pasatiempo, ignórala. La pasión no es negociable. Pon a rodar tu talento. Es tuyo. Te pertenece como los ojos, la nariz o el pelo. No pidas permiso, no te justifiques ni trates de convencer a nadie. Si te gusta “jardinear”, llénate de tierra hasta la coronilla, al que le incomode, que se tape los ojos.

    Inscríbete en un curso de jardinería IV, cómprate el libro del “jardinero feliz” (con seguridad hay uno) y comienza a coquetearle a cuanta planta encuentres. Es más, haz el amor con ellas. Si te gusta la carpintería, no necesitas herramientas profesionales. Clavos, martillo y madera: por algo se empieza. Si te gusta la música, enciérrate a escucharla. Cómete el disco compacto y deja que el peroné, la tibia y la rótula se compaginen en algún compás alucinante.

    Si te gusta cantar, canta. En la ducha, en la calle, colgado de un autobús, en la misa, en las reuniones encopetadas, los domingos al amanecer, en la desventura y en la alegría. Cántale cara a cara a tu vecino insoportable o a tu mejor amante. Pero canta. Si no te mantienen en forma revolcando tus talentos desde adentro, se oxidarán. Haz las paces con la imaginación.
    Naciste para algo especial. Como a la gran mayoría, es posible que aquel pequeño esbozo de genialidad infantil te haya sido cercenado por tus padres, en nombre del futuro y “Por tu bien”. Pero no es así.

    Si estás desarrollando tus talentos, lo que es, la vida se encargará de los detalles. La mayoría de las personas deambulan de un lugar a otro tratando de sobrevivir por sobrevivir. Ése no es el camino. Busca en tu interior y saca a relucir tu singularidad. Ábrele un espacio a tu vocación. Si la reprimes, estarás perdiendo mucho más que una oportunidad. Estamos hablando de tu vida. No importa qué tan exitoso o exitosa seas. Importa un bledo cuánto vendió tu empresa o si pudiste cumplir con los objetivos.

    Si tuvieras un cáncer o fueras víctima de un secuestro, los indicadores de venta serían un dato de mal gusto. Si no eres tú en persona, la verdadera, la única, la irreproducible, sólo serás una incipiente imitación. Una sombra platónica. Empieza hoy. Vuelve a tu infancia y rescata la más antigua y recalcitrante capacidad. Tráela al presente, pónla a funcionar a toda máquina y disfrútala sin reparos, con el embeleso del que tiene un juguete por primera vez.

    Si haces lo anterior y comienzas a fortalecer tu realización personal, el apego afectivo empezará a perder funcionalidad. Ya no será tan necesario. E incluso puede llegar a ser un estorbo, porque el desarrollo de tus potencialidades habrá ocupado el primer lugar.

    2.-Expandir la conciencia.

    Si no eres una persona plástica o un compulsivo acaparador de objetos materiales, te habrás hecho las tres preguntas existenciales típicas: “¿Quién soy?”, “¿Qué hago aquí?” y “¿Para dónde voy?”. Y no significa desorientación, sino duda metódica. Existencialismo cotidiano y preguntas de transeúnte. Eres producto de millones de años de evolución.

    Una evolución que posee el atributo de ir hacia arriba en lo complejo. El animal hace contacto con la naturaleza, pero tú además haces contacto con tu interior. Posees autoconciencia, la capacidad de pensar sobre lo que piensas. Eres materia transformándose en espíritu. Tienes la increíble misión personal de conocerte a ti mismo. Cuando te autoobservas y te descubres, es el universo entero el que se observa a sí mismo.

    Eres un momento, un instante fugaz en la inmensidad del cosmos, pero formas parte de un proceso en expansión universal, infinitamente mayor, que te contiene. Todos estamos de paso y vamos de regreso a casa. Viniste a contemplar la creación, a mirarla, a disfrutarla y a cuidarla. Somos obreros del universo. Polvo de estrellas, como dicen. En nosotros se reproduce la historia de toda la humanidad, y tú puedes tener acceso a ella.

    El poeta colombiano Rafael Maya lo decía a su manera:Estuve toda la noche enumerando astros. Me sobró fantasía. Pero me faltó espacio. Entonces, dentro del alma, Seguí los astros contando.

    Haz un ejercicio sencillo:

    Cierra los ojos y trata de pensar que estás conectado con los objetos y personas de tu mundo inmediato. Trata de romper el aislamiento mental. Imagínate que la realidad material tuviera infinidad de capas y lograras descender por ellas hasta encontrar que en la profundidad subatómica somos exactamente la misma energía. Como si todos fuéramos puntas de iceberg aparentemente desconectadas, pero unidas por un continente subterráneo. No estás solo. El aislamiento es una ilusión. Todo afecta a todo. Aunque no se note inmediatamente, lo que ocurre en otras latitudes tarde o temprano influye sobre ti. Eso implica que lo que hagas con tu vida afectará a otros. Tú eres el mundo. Eres la conciencia de la humanidad, y si lo asumes así entenderás que tu responsabilidad es tremenda y apasionante.

    Puedes comenzar a leer sobre religión. ¿Por qué no? ¿No te parece interesante investigar las religiones comparadas?El budismo, el hinduismo, el cristianismo, el taoísmo, el judaísmo y el islamismo. ¿No estaremos hablando de lo mismo en diferentes idiomas? Aunque el conocimiento no necesariamente genera el fenómeno de la fe, puede enriquecerla y evitar que caigas en el pensamiento mágico, la credulidad extrema o la ignorancia.

    Einstein decía: “Sostengo que el sentimiento religioso cósmico es el motivo más fuerte y más noble que anima la investigación científica”. La ciencia te pone los pies en la tierra para que puedas saltar más lejos. Intenta leer teología. Indaga en las creencias, asiste a algunos cultos, conversa con los creyentes y los ateos. Investiga. No para elegir, sino para conocer. La posición existencial que asumas irá apareciendo sola.

    Se irá gestando en ti sin mucha alharaca y sin tanta pompa. Dios casi no habla, pero cuando lo hace, su lenguaje es casi inconfundible. El escritor griego Nikos Kazantzakis lo expresaba así: “Dije al almendro: Háblame de Dios y el almendro floreció”.

    Intenta husmear en tu interior. Bucea. Estudia tus estados internos. Puedes utilizar la meditación, el yoga, la oración o cualquier otro método, pero saca un rato para evaluar tu existencia. Instala una línea directa con Dios para hablar con él cada vez que te plazca, y si está ocupado, insiste. Recuerda que cuando hablamos de trascender estamos diciendo que te salgas de la inmediatez y vayas más allá de los límites de la apariencia.

    No tienen que ser sor Teresa de Calcuta, San Francisco de Asís o la versión latina del “Pequeño Saltamontes”. A tu estilo y a tu medida, cuando hayas abierto la puerta de la trascendencia, harás conexión con algo especial. Y no tendrás que hacer un peregrinaje a tierra Santa, La Meca o el Tibet. Bastará con dejar salir lo que tenías encerrado en tu interior contigo.

    El principio del sentido de vida te enseña a desligarte de muchas de tus ataduras. Te permite tener una visión más holística del universo y de ti mismo. Te ayuda a desprenderte de lo superfluo y de lo inútil. Te otorga mayor riqueza interior e independencia psicológica. Tus intereses serán cada vez más vitales, y más madura tu manera de amar. Sentirás que ya no habrá tanto miedo a la pérdida y tu necesidad de posesión será reemplazada por la dicha de tener un propósito de vida.

    Todos los individuos de este planeta, queramos admitirlo o no, tenemos la tendencia a buscar más allá de lo evidente. Víctor Frankl decía: “En todo momento el ser humano apunta, por encima de sí mismo, hacia algo que no es él mismo, hacia algo o hacia un sentido que hay que cumplir, o hacia otro ser humano a cuyo encuentro vamos con amor”.

    La Ley del Desapego:

    Esta ley dice que para adquirir cualquier cosa en el universo físico, debemos renunciar a nuestro apego a ella. Esto no significa que renunciemos a la intención de cumplir nuestro deseo. No renunciamos a la intención ni al deseo; renunciamos al interés por el resultado.
    Es grande el poder que se deriva de esto. Tan pronto como renunciamos al interés por el resultado, combinando al mismo tiempo la intención concentrada y el desapego, conseguimos lo que deseamos.

    Podemos conseguir cualquier cosa que deseemos a través del desapego, porque éste se basa en la confianza incuestionable en el poder del verdadero yo. El apego, en cambio, se basa en el temor y en la inseguridad y la necesidad de sentir seguridad emana del desconocimiento del verdadero yo.

    La fuente de la abundancia, de la riqueza o de cualquier cosa en el mundo físico es el yo; es la conciencia que sabe cómo satisfacer cada necesidad. Todo lo demás es un símbolo. Los símbolos son transitorios; llegan y se van. Perseguir símbolos es como contentarse con el mapa en lugar del territorio. Es algo que produce ansiedad y acaba por hacernos sentir vacíos y huecos por dentro, porque cambiamos el yo por los símbolos del yo.

    El apego es producto de la conciencia de la pobreza, porque se interesa siempre por los símbolos. El desapego es sinónimo de la conciencia de la riqueza, porque con él viene la libertad para crear. Sólo a partir de un compromiso desprendido, podemos tener alegría y felicidad.

    Entonces, los símbolos de la riqueza aparecen espontáneamente y sin esfuerzo. Sin desapego somos prisioneros del desamparo, la desesperanza, las necesidades mundanas, los intereses triviales, la desesperación silenciosa y la gravedad, características distintivas de una existencia mediocre y una conciencia de la pobreza.

    La verdadera conciencia de la riqueza es la capacidad de tener todo lo que deseamos, cada vez que lo deseamos, y con un mínimo de esfuerzo. Para afianzarnos en esta experiencia es necesario afianzarnos en la sabiduría de la incertidumbre. En la incertidumbre encontraremos la libertad para crear cualquier cosa que deseemos.

    La gente busca constantemente seguridad, pero con el tiempo descubriremos que esa búsqueda es en realidad algo muy efímero. Hasta el apego al dinero es una señal de inseguridad.

    Quienes buscan la seguridad la persiguen durante toda la vida sin encontrarla jamás. La seguridad es evasiva y efímera porque no puede depender exclusivamente del dinero. El apego al dinero siempre creará inseguridad, no importa cuánto dinero se tenga en el banco. De hecho, algunas de las personas que más dinero tienen son las más inseguras.

    La búsqueda de la seguridad es una ilusión. Según las antiguas tradiciones de sabiduría, la solución de todo este dilema reside en la sabiduría de la inseguridad o la sabiduría de la incertidumbre. Esto significa que la búsqueda de seguridad y de certeza es en realidad un apego a lo conocido. ¿Y qué es lo conocido? Lo conocido es el pasado.

    Lo conocido no es otra cosa que la prisión del condicionamiento anterior. Allí no hay evolución, absolutamente ninguna evolución. Y cuando no hay evolución, sobrevienen el estancamiento, el desorden, el caos y la decadencia.

    La incertidumbre, por otra parte, es el suelo fértil de la creatividad pura y de la libertad. La incertidumbre es penetrar en lo desconocido en cada momento de nuestra existencia. Lo desconocido es el campo de todas las posibilidades, siempre fresco, siempre nuevo, siempre abierto a la creación de nuevas manifestaciones. Sin la incertidumbre y sin lo desconocido, la vida es sólo una vil repetición de recuerdos gastados. Nos convertimos en víctimas del pasado, y nuestro torturador de hoy es el yo que ha quedado de ayer.

    Renunciemos a nuestro apego a lo conocido y adentrémonos en lo desconocido, así entraremos en el campo de todas las posibilidades. La sabiduría de la incertidumbre jugará un importante papel en nuestro deseo de entrar en lo desconocido. Esto significa que en cada momento de nuestra vida habrá emoción, aventura, misterio; que experimentaremos la alegría de vivir: la magia, la celebración, el júbilo y el regocijo de nuestro propio espíritu.

    Cada día podemos buscar la emoción de lo que puede ocurrir en el campo de todas las posibilidades. Si nos sentimos inseguros, estamos en el camino correcto, no nos demos por vencidos. En realidad no necesitamos tener una idea rígida y completa de lo que haremos la semana próxima o el año próximo, porque si tenemos una idea clara de lo que ha de suceder y nos aferramos rígidamente a ella, dejaremos por fuera un enorme abanico de posibilidades.
    Una de las características del campo de todas las posibilidades es la correlación infinita.

    Este campo puede orquestar una infinidad de sucesos espacio-temporales con el fin de producir el resultado esperado. Pero cuando hay apego, la intención queda atrapada en una forma de pensar rígida y se pierden la fluidez, la creatividad y la espontaneidad inherentes al campo de todas las posibilidades. Cuando nos apegamos a algo, congelamos nuestro deseo, lo alejamos de esa fluidez y esa flexibilidad infinitas y lo encerramos dentro de un rígido marco que obstaculiza el proceso total de la creación.

    Esta ley no obstaculiza la fijación de metas. Siempre tenemos la intención de avanzar en una determinada dirección, siempre tenemos una meta. Sin embargo, entre el punto A y el punto B hay un número infinito de posibilidades, y si la incertidumbre está presente, podremos cambiar de dirección en cualquier momento si encontramos un ideal superior o algo más emocionante. Al mismo tiempo, será menos probable que forcemos las soluciones de los problemas, lo cual hará posible que nos mantengamos atentos a las oportunidades.

    La ley del desapego acelera el proceso total de la evolución. Cuando entendemos esta ley, no nos sentimos obligados a forzar las soluciones de los problemas. Cuando forzamos las soluciones, solamente creamos nuevos problemas. Pero si fijamos nuestra atención en la incertidumbre y la observamos mientras esperamos ansiosamente a que la solución surja de entre el caos y la confusión, entonces surgirá algo fabuloso y emocionante.

    Cuando este estado de vigilancia, nuestra preparación en el presente, en el campo de la incertidumbre, se suma a nuestra meta y a nuestra intención, nos permite aprovechar la oportunidad. ¿Qué es la oportunidad? Es lo que está contenido en cada problema de la vida. Cada problema que se nos presenta en la vida es la semilla de una oportunidad para algún gran beneficio. Una vez que tengamos esta percepción, nos abriremos a toda una gama de posibilidades, lo cual mantendrá vivos el misterio, el asombro, la emoción y la aventura.

    Podremos ver cada problema de la vida como la oportunidad de algún gran beneficio. Habiéndonos afianzado en la sabiduría de la incertidumbre, podremos permanecer alerta a las oportunidades. Y, cuando nuestro estado de preparación se encuentre con la oportunidad, la solución aparecerá espontáneamente.

    Lo que resulta de esto es lo que denominamos comúnmente «buena suerte». La buena suerte no es otra cosa que la unión del estado de preparación con la oportunidad. Cuando los dos se mezclan con una vigilancia atenta del caos, surge una solución que trae beneficio y evolución para nosotros y para todos los que nos rodean. Ésta es la receta perfecta para el éxito, y se basa en la ley del desapego. (Deepak Chopra).

    La Ley del Apego

    Si tu felicidad depende de conseguir algo,
    es que estás apegado a ello.
    Ya no eres libre.
    Todo atrae a lo que es similar.
    Se forman ataduras entre las personas
    que tienen temas pendientes.
    Si tienes pensamientos o palabras de enojo, celos,
    envidia o necesidad hacia una persona,
    manifiestas el hilo que te ata a ello.
    Un pensamiento ocasional se disolverá,
    pero si continuamente envías pensamientos negativos,
    los hilos se convertirán en cuerdas.
    En vidas subsecuentes, las cuerdas se reactivarán
    y te llevarán hacia los temas que tienes pendientes.
    .
    Te puedes apegar a cosas,
    y las energías negativas como la ambición, el orgullo,
    la penuria y la envidia pueden crear enormes cuerdas
    para atarte a casas, coches, empleos o cuentas corrientes.
    Las cuerdas te pueden atar a la necesidad de amor,
    si estás atado a un deseo de reconocimiento.
    El maestro está desapegado,
    no depende de la condición social, de la economía
    ni de las necesidades emocionales.
    Es libre y poderoso.
    Un maestro puede disfrutar de una casa fabulosa,
    pero si se la quitan,
    no afectará a la opinión que tiene de sí mismo.
    Cuando los padres se atan a sus hijos,
    es difícil soltarlos para que se conviertan en adultos,
    y si un hijo está muy ligado a su padre o su madre,
    puede resultarle difícil
    formar una relación adulta con una pareja.
    El apego es amor condicional.
    El maestro ama de forma incondicional,
    y ello no genera lazos.
    Él permite que las personas que ama sean libres
    y que sean ellas mismas.
    Si alguien a quien quiere se va o muere,
    le producirá dolor pero no queda destrozado,
    no sufrirá, permanece en su centro.
    Si necesitas que alguien se comporte
    de una manera determinada para poder amarle,
    eso no es amor, es apego.
    Las ataduras del apego se pueden soltar mediante el amor.
    El amor las disuelve y tú te liberas.
    Cuando aceptamos, es amor.
    El perdón disuelve las ataduras.
    Cuando perdonas y olvidas lo que ocurrió,
    liberas a esa persona y también a ti mismo.
    La vergüenza y la culpabilidad,
    te atan a los recuerdos y te retienen.
    Cuando te perdonas a ti mismo de tus acciones pasadas,
    disuelves esos lazos y el recuerdo se libera de su carga.
    Si deseas ser libre, desapégate de todos y de todo.

    PROCESO DE DUELO.

    Cuando recibimos la noticia de la separación, se adueña de nosotros una tormenta de emociones y sentimientos de tal intensidad que acaban por abocarnos a un dolor extremo que nos confunde. Saber que no volveremos a estar con la otra persona, dispara en nuestra mente toda una serie de pensamientos atropellados y nos empezamos a hacer multitud de preguntas sobre las que no hallamos respuestas.

    A este proceso emocional cambiante es a lo que llamamos Proceso de Duelo. Lo comporta una sucesión de fases por las que la persona irá pasando, tratando de adaptarse a la pérdida

     ¿Cuáles son estas fases?:

    1.-Desconcierto, Incredulidad, Impacto o Shock:

    Es la primera reacción ante la noticia: “esto no me puede estar pasando a mi”. La persona entra en un estado de desconcierto que puede prolongarse desde minutos, días o incluso meses. Los sentimientos de pena, dolor, incredulidad y confusión se viven con mucha intensidad, por lo que nada le produce consuelo.

    La información recibida le ha desconcertado y trata de buscar respuestas a lo sucedido, que no halla. Suele venir acompañada de trastornos del apetito por exceso o por efecto, buscando paliar la ansiedad, así como nauseas y alteraciones del sueño.

    Al tratarse de una fase de negación absoluta, no queriendo asumir la realidad y fantaseando con la idea de que no es cierto lo que ha sucedido, la persona se siente paralizada y no consigue transcender el dolor.

    2.-Rabia, Culpa o Agresividad:

    Tomamos consciencia de la pérdida como algo real, por lo que los sentimientos de angustia se agudizan hasta el punto que nos desbordamos. Son comunes los sentimientos de culpa por no habernos podido despedir, por no haberle dicho lo que le queríamos decir, por no habernos portado con él/ella como deberíamos, etc. Lo cual produce tal dolor que cuando no conseguimos liberar las emociones tan adversas, acabamos por reaccionar con rabia, ira e incluso en algunos casos con cierta agresividad.

    3.-Desesperación, Retraimiento y Tristeza Profunda:

    Es en la etapa donde la tristeza, la apatía y la fragilidad se hacen mucho más intensas, pena y llanto se convertirán en nuestros acompañantes más fieles. Empieza el proceso de resignación, nos vamos haciendo a la idea de que la pérdida es irreversible.

    De las cuatro etapas es la que más se prolonga en el tiempo, hasta unos dos años puede llegar a durar. Los sentimientos de culpabilidad, resentimiento, soledad, autocrítica y añoranza, hacen que la readaptación a la realidad resulte más difícil.

    En este momento del proceso es común encontrarse con alteraciones conductuales o físicas asociadas al dolor. A nivel conductual nos solemos aislar socialmente o por el contrario nos volvemos hiperactivos tratando de mantener la mente ocupa, y solemos soñar con la persona que nos ha dejado con bastante frecuencia. A un nivel más físico, percibimos sensaciones de estómago vacío, sensación de cansancio generalizado, falta de aire o hipersensibilidad a los ruidos.

    4.-Aceptación y Paz:

    Empieza a aparecer la necesidad de centrarse en las actividades cotidianas y de abrirse nuevamente a las relaciones sociales. La pérdida se asume como algo que ha pasado pero que no duele en el momento presente, desapareciendo entonces los sentimientos de desesperanza o culpa de fases anteriores.

    Poco a poco iremos afrontando la nueva situación y reorganizando nuestra propia existencia. El recuerdo de la persona ausente empieza a transformarse en una emoción reparadora que nos aporta una sensación de paz interior.

    Que el proceso se dilate más o menos en el tiempo, generalmente de 6 meses a tres años, dependerá de diferentes factores:

    • Del grado de importancia de la relación. A mayor implicación emocional más cuesta esta desvinculación.
    • Del apoyo social. Una persona que cuenta con amigos o familiares que le quieren y le entienden, con los que se siente apoyado y comprendido, tendrá más facilidad para amortiguar el dolor.
    • De la personalidad. Hay personas que sienten las cosas, tanto las alegrías como las tristezas de forma muy intensa, mientras que otras tienen mayor contención. De la misma forma, hay quienes tienen una mayor facilidad para profundizar en continuos pensamientos catastróficos, entrando en una espiral de dolor.
    • De la confianza y autoestima. Una buena autoestima evitará que los pensamientos autodestructivos se manifiesten con asiduidad, consiguiendo de este modo paliar los efectos emocionalmente adversos del proceso.
    • De la forma de afrontar los problemas. Habrá personas a las que les cueste menos evaluar la situación y buscar apoyo emocional si lo precisan.

    ¿Qué consejos puedo darte para superar un proceso de duelo?

    Asume la aflicción como una emoción más. Todas las emociones son temporales, por lo que entender que ahora nos sentimos mal pero pasado un tiempo nos sentiremos mejor ayuda a dejar fluir el dolor sin tratar de negarlo o reprimirlo.

    • Relaciónate con los demás, pese a que no te apetezca. Rodearnos de personas que nos apoyen en el duelo nos hace sentir protegidos y nos ayuda a no sentirnos aislados durante los primeros días de la pérdida.
    • Habla de lo sucedido cuando puedas. La expresión emocional de la pérdida ayuda a descargar la tensión acumulado. Si llega un momento en lo que te apetece es todo lo contrario, permanecer en silencio, no pasa nada hazlo, pero que te sirva para hallar la paz y no para esconder el estado emocional.
    • Expresa lo que pasa por tu mente. No se necesita de otra persona para poder expresarnos, lo podemos hacer por escrito facilitando de igual forma la liberación tensional de nuestros pensamientos y emociones. Pues dirigirte a la persona ausente aunque no la tengas delante, así la sensación de pérdida será algo más liviana.
    • Haz ejercicio. El ejercicio físico ayuda al estado de ánimo y favorece la descarga de adrenalina, consiguiendo de este modo relajarnos.
    • Aliméntate saludablemente. El cuerpo necesita ciertos hábitos de comida, así que aunque no tengas hambre procura respetar los tiempos aunque sea en pocas cantidades.

    ¿Te has preguntado en alguna ocasión qué o cuantas cosas en tu vida te resultan indispensables? ¿Has tenido alguna vez la sensación de que si pierdes algo o a alguien no sabrás como recuperarte de la pérdida?

    El temor a la pérdida es una característica del apego, y en este post voy a contarte desde mi particular punto de vista qué es y que función cumple el apego en nuestra vida, así como algunas de sus consecuencias.

    El apego, desde la psicología es un vínculo dependiente hacia personas, objetos, ideas o situaciones en nuestra vida, hasta el punto que creemos en la necesidad de poseerlo para ser felices. Es un sentimiento de posesión y de pertenencia. Estar apegado a algo es creer que necesitas eso, y que si no lo tienes puedes pasarlo mal.

    Algunos ejemplos de apegos son:

    Personas muy vinculadas a sus padres

    Ideales políticos o sociales muy arraigados

    Apegos a nuevas tecnologías como teléfonos móviles y otros dispositivos

    Obstinarse en la propia imagen

    Necesidad de posesiones como un coche, ropa, o incluso una vivienda

    Todo lo que tenemos a nuestro alrededor lo consideramos propiedad nuestra, ya sea porque lo hemos comprado o lo hemos adquirido por otros medios. Las personas que nos rodean y forman parte activa de nuestra vida pertenecen a nuestro ámbito de relaciones y para el ser humano es vital disponer de un círculo de relaciones, porque somos seres sociables y gregarios.

    Tenemos ideas o creencias sobre los distintos ámbitos de la vida, sobre el trabajo, el dinero, la amistad, la felicidad, etc. Creencias que son nuestras y defendemos como tales. Nos mantenemos apegados a todo esto de forma natural, pero inconsciente.

    El apego es un área de tratamiento terapéutico debido a su gran influencia en nuestro bienestar. Las personas que inconscientemente tienen un grado de apego elevado pueden sufrir demasiado en los momentos en que pierden aquello a lo que están fuertemente vinculados, y cuando tienes un vínculo de este tipo, no estás preparado para la pérdida y no aceptas el desprendimiento.

    Cuando dependes excesivamente de algo o alguien, lo que realmente está ocurriendo es que estás sometido a un “amo”, a una figura superior que en muchas ocasiones decide y ejecuta por ti. En esencia se trata de una dependencia emocional.

    Es el caso de numerosas personas que se someten a su pareja, a sus padres, a entorno profesional o a otras muchas personas, y acaban siendo víctimas. Cuando esto sucede, pierdes tu respeto, tus valores más esenciales. También pierdes tu libertad, ya que no puedes decidir cómo vas a moverte por tu vida. Pierdes tranquilidad y pierdes también la alegría, porque en el fondo tu mente inconsciente sabe que no estás actuando con integridad.

    Detrás de todo apego está el miedo, el miedo a perder algo para siempre y que la pérdida sea irreparable. Sientes necesidad absoluta de poseer para no perder los beneficios que te aporta.

    “Cuando eres incapaz de renunciar al deseo, estás en el apego” Walter Riso, psicólogo
    En Oriente tienen un concepto del apego muy desarrollado y más integrado que en nuestra sociedad occidental. En el paradigma oriental entienden que las cosas se van y no son para siempre, que nada es permanente de forma indefinida y por ende, están preparados para la pérdida.

    No se aferran ni a personas, ni a ideales, ni siquiera a pertenencias. Están preparados para perder lo que sea en el momento que sea, porque por encima de todo está la libertad intrínseca de cada ser humano para elegir en cada momento cómo quiere vivir.

    Necesidad, ansiedad, malestar, obsesión, dependencia, miedos, y otras muchas son las consecuencias de desarrollar un elevado nivel de apego hacia nuestras relaciones, nuestras posesiones y nuestros ideales.

    En cierta manera, debemos aprender a no sentir demasiado apego por todo lo que nos rodea, ya que todo en la vida es efímero y tarde o temprano todo termina. Desarrollar la capacidad de disfrutar en el presente de todo lo que nos rodea y la capacidad de adaptarse a una pérdida a corto plazo.

    Aprender a prescindir de algo o de alguien es muy importante ya que cuando lo haces, estás mucho más cerca de ser libre y autosuficiente.

    Todos tenemos apegos en mayor o menor medida, es cuestión de identificar qué tipos de apegos pueden provocarme malestar en un futuro, y si merece la pena apegarse a ciertas cosas en la vida.

    “Un hombre puede estar en un trono y no tener apego alguno, otro puede estar en harapos y tener mucho apego” Vivekananda, pensador y líder religioso indio.

    El Apego Afectivo…
    El perjuicio del apego afectivo es abrumante, según los expertos la mitad de las consultas psicológicas se deben a problemas ocasionados o relacionados con dependencia afectiva, y en muchos de los casos a pesar de que la relación es perjudicial, los afectados son incapaces de ponerle fin, por miedo al abandono, la soledad o la perdida afectiva.


    La adicción afectiva enferma, incapacita, elimina criterios, degrada, deprime,genera estrés, asusta, cansa, desgasta y, acaba con todo residuo de humanidad posible, ya que la persona dependiente desarrolla patrones obsecivos de compartamientos, se vuelve un ser temeroso, celoso, inseguro y hace lo que sea para mantener a la persona a su lado, así sea aguantando humillación y sufrimiento en silencio, todo por no perder a la persona «amada».


    Estudios realizados por Walter Riso han determinado que el pensamiento central de la persona apegada afectivamente y con baja tolerancia al sufrimiento se expresa así:


    «No soy capaz de renunciar al placer, bienestar y seguridad que me brinda la persona que amo y no soporto su ausencia. No tengo tolerancia al dolor. No me importa qué tan dañina o poco recomendable sea la relación, no quiero sufrir su pérdida. Definitivamente, soy débil. No estoy preparado para el dolor».


    La persona crea un esquema mental de permanencia, donde no tiene cabida la posibilidad de ruptura y el pensamiento central de la persona apegada y con ilusión de permanencia se expresa así:


    «Es imposible que nos dejemos de querer. El amor es inalterable, eterno, inmutable e indestructible. Mi relación afectiva tiene una inercia propia y continuará para siempre, para toda la vida».


    Pensar de esta manera es morir en vida, es negarte la posibilidad de sentir un amor libre de ataduras, sin miedo a la pérdida y sin hacer de ti un ser humano minúsculo, incapaz de tener un verdadero y propio sentido de vida.

    Debemos desligarnos de amores enfermizos, y vencer el apego afectivo, así que es importante estar claros que el desapego no es desamor, sino una manera sana de relacionarse, cuyas condiciones son: independencia, no posesividad y no adicción, lo cual se consigue respetandonos, valorandonos, y que nuestro proyécto de vida no sea en base a otra persona, mas que en nosotros mismos.
    (Walter Riso)

    reconozco que sigo anclada en el pasado. He de lograr un desapego afectivo de las cosas de mi pasado que no me gustan. ¿como he de hacerlo? estoy aqui en la vida para irlo descubriendo

    ¿Qué es exactamente el desapego?

    Primero, aclaremos lo que no es el desapego.


    El desapego no es un alejamiento frío, hostil; no es una aceptación resignada y desesperante de todo aquello que la vida y la gente nos tire en el camino; no es una manera robótica de ir por la vida, absortos, y totalmente indiferentes a la gente y a los problemas; no es una actitud de inocente dicha infantil; ni un desentendimiento de lo que son nuestras verdaderas responsabilidades hacia nosotros mismos y hacia los demás; ni una ruptura en nuestras relaciones. Tampoco es que retiremos nuestro amor y nuestra solicitud, aunque a veces estas formas de desapegarnos pueden ser las mejores a seguir, por el momento.


    De una manera ideal, desapegarnos es liberarnos o apartarnos de una persona o de un problema con amor. Mental, emocional y a veces físicamente nos desembarazamos de nuestro involucramiento insano ( y a menudo doloroso ) con la vida y responsabilidades de otra persona, y de los problemas que no podemos resolver, de acuerdo con un manual titulado Desapego que ha circulado durante muchos años en los grupos Al-Anón.


    El desapego se basa en las premisas de que cada persona es responsable de sí misma, en que no podemos resolver problemas que no nos corresponde solucionar, y que preocuparnos no nos sirve de nada. Adoptamos una política de no meter las manos en las responsabilidades de otras personas y en vez de ello, de atender a las nuestras.


    Si la gente se ha fabricado desastres a sí misma, le permitimos enfrentar las consecuencias. Le permitimos a la gente ser como es en realidad. Le damos la libertad de ser responsable y de madurar. Y nos damos a nosotros mismos la misma libertad. Vivimos nuestra propia vida al máximo de nuestra capacidad. Luchamos para discernir qué es lo que podemos cambiar y qué es lo que no podemos cambiar. Luego dejamos de tratar de cambiar aquello que no podemos. Hacemos lo que podemos para resolver un problema, y luego dejamos de hacernos la vida de cuadritos.


    Si no podemos solucionar un problema después de intentarlo seriamente, aprendemos a vivir con ese problema o a pesar de él. Y tratamos de vivir felices, concentrándonos heroicamente en lo que de bueno tiene la vida hoy, y sintiéndonos agradecidos por ello. Aprendemos la mágica lección de que sacarle el máximo provecho a lo que tenemos multiplica lo bueno en nuestras vidas.


    El desapego implica – ” vivir el momento presente” – vivir en el aquí y en el ahora -. Permitimos que en la vida las cosas se den por sí solas en lugar de forzarlas y tratar de controlarlas. Renunciamos a los remordimientos por el pasado y a los miedos por el futuro. Sacamos el mayor provecho a cada día.


    El desapego también implica aceptar la realidad, los hechos. Requiere fe en nosotros mismos, en Dios, en otras personas, en el orden natural y en el destino de las cosas en este mundo. Nos liberamos de nuestros pesares y preocupaciones y nos damos a nosotros mismos la libertad para disfrutar de la vida a pesar de nuestros problemas no resueltos.


    Confiamos en que todo está bien a pesar de los conflictos. Confiamos en que Alguien más grande que nosotros sabe, ha ordenado y se preocupa de lo que está sucediendo. Entendemos que este Alguien puede hacer mucho más por resolver el problema que nosotros. De modo que tratamos de no estorbar su camino y dejar que Él lo haga. A su tiempo, sabremos que todo está bien porque vemos cómo las cosas más extrañas ( y a veces, las más dolorosas) se solucionan de la mejor manera y en beneficio de todos.


    Desapegarnos no quiere decir que nada nos importe: Significa que aprendemos a amar, a preocuparnos y a involucrarnos sin volvernos locos. Dejamos de crear un caos en nuestra mente y en nuestro medio ambiente. Cuando no nos hallamos reaccionando de un modo ansioso y compulsivo, nos volvemos capaces de tomar buenas decisiones acerca de cómo amar a la gente y de cómo solucionar nuestros problemas. Nos liberamos para comprometernos y para amar de modo que podamos ayudar a los demás sin lastimarnos a nosotros mismos.


    Las recompensas que el desapego nos brinda son muchas: serenidad, una profunda sensación de paz interior, la capacidad de dar y recibir amor de una manera que nos enaltece y nos llena de energía, y la libertad para encontrar soluciones reales a nuestros problemas.
    Encontramos la libertad para vivir nuestra propia vida sin sentimientos excesivos de culpa o responsabilidad hacia los demás. En ocasiones el desapego llega a motivar y a liberar a la gente que se encuentra a nuestro alrededor para empezar a solucionar sus problemas. Dejamos de mortificarnos por ellos y lo perciben, de modo que finalmente comienzan a preocuparse por ellos mismos. Cada quien atiende sus propios asuntos.


    El desapego es una acción y un arte. Es un modo de vida. ¿ Cómo nos desapegamos? ¿Cómo separamos nuestras emociones, nuestra mente, espíritu y cuerpo de la agonía del involucramiento?


    Lo mejor que podemos. Y, probablemente, un poco torpemente al principio. Un antiguo dicho de A A y de Al-Anón sugiere una fórmula de tres partes llamada honestamente, abiertamente y con voluntad de intentarlo.


    Si nos desapegamos, estamos en una mejor posición para trabajar sobre (o a través) de nuestras resentidas emociones. Si estamos apegados, probablemente no hagamos nada más que estar siempre irritados.

    Cuando mueren los apegos, nace la libertad emocional
    adiós.


    Ante estas situaciones, sentimos que el mundo se apaga y que una ola de dolor inmenso se cierne sobre nosotros impidiéndonos respirar. Esto es el ahogo emocional y, su ingrediente clave, la dependencia.


    Pero, a veces, llega el momento de dejar en libertad lo que atábamos y lo que nos ata y comenzar una nueva vida, porque la esclavitud emocional ahoga. Y es en ese momento en el que no nos vemos capaces de hacer nada sin ir de la mano de esa persona o, simplemente, de alguien que nos guíe.


    Disfrutar de la soledad de uno mismo para ser feliz en pareja
    “Durante toda mi vida he entendido el amor como una especie de esclavitud consentida.
    Pero esto no es así: la libertad sólo existe cuando existe el amor. Quien se entrega totalmente, quien se siente libre, ama al máximo.


    Y quien ama al máximo, se siente libre. Pero en el amor, cada uno de nosotros es responsable por lo que siente, y no puede culpar al otro por eso.
    Nadie pierde a nadie porque nadie posee a nadie.
    Y esta es la verdadera experiencia de la libertad: Tener lo más importante del mundo sin poseerlo.”


    En Once Minutos, de Paulo Coelho
    La mejor manera de ser feliz con alguien es aprendiendo a ser feliz estando solo. ¿Por qué? Porque de esa manera la compañía se convierte en elección y no en necesidad.
    Entendemos el amor de forma errónea porque la clave no es el “te necesito en mi vida” sino el “te prefiero en mi vida”. No atender a los sentimientos y necesidades de posesión nos ayudará a vivir en paz y libertad con nosotros mismos.


    Dejar de esperar, la clave de la liberación emocional


    “Sigo mal, y seguiré peor, pero voy aprendiendo a estar sola, y eso ya es una ventaja y un pequeño triunfo” Frida Khalo


    Tu verdadera libertad llega cuando empiezas a comprender quién eres y de lo que eres capaz. Es tu independencia, ese ansiado trofeo, la que obtienes cuando te desatas, te deshaces de tus cuerdas y miras hacia adelante sin necesitar a alguien que te lleve de la mano.


    No poseer y que no te posean es la mejor experiencia de libertad que podemos tener. Porque sentir algo como propio siempre significa, de alguna forma, vivir al lado de la esclavitud.
    Nuestra dependencia es la que nos hace esclavos, sobre todo si es nuestra autoestima la que depende de algo o de alguien. El necesitar la alabanza, el cariño o la atención de alguien hace que dejemos de ser dueños de nuestro destino.


    No son los demás los que nos dañan, sino que somos nosotros los que damos validez a sus opiniones y a sus acciones. Nadie puede hacerte daño sin el consentimiento de tu Yo interno, lugar en el que está el pilar que sostiene tu arquitectura emocional.


    Así que la autoconfianza y la autoestima cuidadas son las mejores herramientas para decir adiós a los apegos insanos e innecesarios que merman nuestra vitalidad y nuestras ganas de realizarnos.


    Tenemos que ser los primeros en respetarnos, dejando de lado las expectativas sobreaprendidas que nos dicen que solo somos amados si nos necesitan y que el amor solo es amor si vivimos por y para él.


    crianza con apego

    «La crianza con apego, hoy en día, se vincula con la lactancia materna , la defensa del colecho, – dormir con los hijos- el tener al bebé en brazos o portear, prácticas que son muy compatibles con la teoría del apego y facilitan el establecimiento del mismo. Sin embargo, la teoría del apego no estipula ninguna lista de requerimientos ni de prácticas que deban realizarse. Su principio se basa en que un recién nacido necesita desarrollar vínculos de apego con al menos un cuidador principal para que su desarrollo social y emocional se produzca con normalidad.

    Estos vínculos se forman gracias a que los adultos satisfacen sus necesidades de seguridad y protección. La teoría propone que los niños se apegan instintivamente a quien cuida de ellos, con el fin de sobrevivir. La meta biológica es la supervivencia, y la meta psicológica es la seguridad»


    Por Sandra Ramirez M.S.E. autora del libro «Crianza con Apego: De la teoría a la práctica»

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